La cotidianidad de la poesía
de María José Muñoz Spínola
Rafael Courtoisie
Manual de poesía para resolver problemas domésticos
Cauteloso, la miro con ternura y espanto:
en el fondo, sé que tampoco
podría hacerle frente
a esos diminutos problemas domésticos.
Gustavo Yuste
Si atendemos a los distintos autores y filósofos que han abordado la “cotidianidad”, encontramos que este es un concepto vago, problemático y polisémico y que por lo mismo se presenta inasible o incluso imperceptible. La tarea de abordarlo desde su vigente carácter narrativo, en su heterogeneidad y necesaria normatividad, se afronta, según el medio —estudios literarios, culturales, sociología y humanidades en general—, desde el cuestionamiento de interrupción o quiebre con el concepto de rutina, aunque, en realidad, más allá de su cercanía o distancia al desencantamiento y el aburrimiento, es en sus posibles motivaciones donde lo propio del relato cotidiano (que nos contamos) puede encontrar, en lo (in)significante de las pequeñas acciones habituales, la posible universalidad del concepto.
Rafael Courtoisie (Montevideo, 1958), miembro correspondiente de la Real Academia Española, miembro de número de la Academia Nacional de Letras del Uruguay, poeta, narrador, traductor y profesor de literatura Iberoamericana, medita en su nuevo libro, Manual de poesía para resolver problemas domésticos, sobre lo cotidiano desde la perspectiva de quien observa detenidamente las vivencias (in)significantes diarias, la cultura propia y la historia actual para hacernos partícipes por medio de las incontables situaciones cotidianas de las distintas sensaciones que, debido a su condición habitual, el ser humano obvia. De esta manera, el autor uruguayo se compromete a auxiliar al ser humano en lo que acontece en nuestra casa, que —domus o morada— es también nuestro Mundo, dado que ésta, como la aldea global de Marshall McLuhan, en la interconexión humana generada por los “nuevos” medios de comunicación, abarca todo el globo, aboliendo tiempo y espacio. Si “el medio es el mensaje”, como postuló el filósofo canadiense en su famoso aforismo, y la aldea global supone la desaparición de las distancias físicas para generar conocimientos, Courtoisie, en la hibridación del poema, la prosa y el ensayo, se propone mostrar que hay “Un fantasma que recorre el mundo:/ el fantasma de la poesía”,1 ya que ésta, más allá del ornamento, es necesaria y práctica para la vida, pues no hay conocimiento que no contenga elementos metafóricos. Inspirado en lo que hay alrededor —como la fotógrafa estadounidense Sally Mann a quien nunca se le ocurrió dejar su hogar para hacer arte—, Courtoisie expande la mirada a situaciones mundanas mediante la reflexión casi mística desde “una erótica del alma, una erótica mayor, traspasada por todos los silencios de la lengua. Una erótica de la sustancia del lenguaje”2 para “hacer arte con lo cotidiano, con la vida diaria”,3 porque la poesía, parafraseando el conocido Art happens (“El arte sucede”) de Whistler, sucede sencillamente a diario, y “los frascos vacíos que se acumulan en la alacena” (p. 47) pueden enunciar su contenido: “Soledad”, “Sabores de la infancia”, “Aquel amor del verano de 2026, en la playa” o el “Aire de la noche del primer día de la dictadura” (p. 47).
1 Rafael Courtoisie, Hacer cosas con palabras. Los Libros del Mississippi, 2023, p. 67.
2 Rafael Courtoisie, Ordalía. Huerga y Fierro, 2016, p. 40.
3 Sally Mann, “Escuela La Cámara Roja”. Consultado el 26 de mayo de 2024 en: https://lacamararoja.com/escuela/sally-mann/#:~:text=%22Siento%20un%20profundo%20respeto%20por.(Sally%20Mann
El Manual poético courtoisieano, que consta de dos partes diferenciadas —la primera, de la que toma la obra el título, Manual de poesía para resolver problemas domésticos, y la segunda, Desescritura—, se entiende en su conjunto como un sentir y hacer sentido desde la indagación de las estrategias generativas de la experiencia doméstica a partir de los efectos, las sensaciones e irregularidades a temas normalizados; empero, también de lo distintivo, lo representativo o simbólico para el individuo y la sociedad de nuestro momento. Su discurso poético es una invitación a buscar sentido a la vida por medio de la observación a lo consuetudinario, tanto a partir de los objetos de uso que en él circulan como de las sensaciones y percepciones que se abren a miles de gestos, de acciones pequeñas, mínimas, imperceptibles, que, olvidadas tan pronto como se realizan y a pesar de estructurar lo usual —la vida—, se vuelven invisibles para la Historia.
Desde lo predecible, lo confiable o lo que Cortázar llama en su “Manual de instrucciones” “la satisfacción perruna de que todo esté en su sitio”,4 donde nada es inesperado y, por tanto, donde lo nada nuevo nos sitúa en el ambiente de lo esperable y de lo que se sabe, la tradición de pensamiento sobre la vida cotidiana ligada a la fenomenología ha sido tradicionalmente vinculada con los trabajos fundacionales de Husserl y la tarea de elaborar una ontología del mundo de la vida con la idea de la cotidianidad como lugar de vida inauténtica heideggeriana. Ahora bien, la realidad es que en cualquier sociedad actual o antigua, moderna o premoderna, occidental u oriental, subdesarrollada, perdida o incluso inventada, encontramos que el enigma de lo cotidiano, donde la mayoría silenciosa se expresa, se revela desde la perspectiva de lo que Humberto Giannini llama una “arqueología de la experiencia”,5 es decir, en un perpetuo e ininterrumpido cotidianizar en cada gesto, acción o verbo que, tan efímero como cualquier relato, en cualquier momento se puede alterar. Es por ello que en este “Manual poético” se presentan los aspectos básicos y esenciales que nos permiten comprender el funcionamiento y acceder de manera ordenada y concisa al conocimiento de lo habitual cuando los pequeños instantes que conforman la cotidianeidad, a veces, incluso, van desapareciendo y solamente dejan una vaga huella de lo que fueron en nuestra imaginación o recuerdo. Devoto de la ironía, pero alejado del ludibrio, Rafael Courtoisie presenta un Manual de poesía para resolver problemas domésticos y así mostrarnos con humor que donde se encuentran los inconvenientes también puede obrar el milagro, y que lo importante no es la solución de un problema particular sino el sentido del camino recorrido al “Separar el peso/ del cuerpo que lo produce/ sacar de las piedras/ el peso de las piedras” (p. 59), cuando “Ibas a decir no/ pero porfiada/ la vida dijo sí” (p. 31). La tensión entre lo que permanece y lo que cambia constituye el espíritu de la obra y bosqueja el itinerario lírico, cotidiano y mítico del lector hacia lo incondicionado, pues si la lengua del poeta, acaso por las tentaciones sobre la materia del signo, nunca dice del todo, el lector —en el asombro platónico de la disposición primera del conocimiento que antecede al deseo de conocimiento y también lo posibilita— encontrará algo nuevo en cada metáfora, donde la síntesis de lo conocido es a la vez un paso hacia lo desconocido, necesario para llegar al descubrimiento de la verdad: que en un grifo que gotea “cada gota es una perla/ una gema del río/ de Heráclito” (p. 20), y es en ese manantío que “eres dueño/ de las nubes/ de los ríos y de los océanos” (p. 20).
4 Julio Cortázar, “Manual de instrucciones”, en Historias de cronopios y de famas. Alfaguara, 1995, p. 2.
5 Humberto Giannini, “La pesantez de la vida cotidiana”, en Acción comunicativa y testimonio. Ética de la vida cotidiana. Actuel Marx, 8, 2009, pp. 69-75.
Imagen y metáfora nos abren a los símbolos y a la profundidad del signo de aquello que trasciende espiritualmente en una metafísica del tiempo, donde el artista dota de una poderosa realidad el sentido de la vida a través de su creación. El poema es un acto de conciencia con intensidad y dignidad, en el que la belleza de la insignificancia por la significancia absoluta concilia la precisión de lo natural: imagen y metáfora que persuaden de eludir la búsqueda de la verdad. Con ayuda de la palabra, unas veces entre líneas y otras a pesar de ellas, la poesía de Courtoisie comunica y nos brinda la posibilidad de una comprensión que vela y desvela al mismo tiempo la riqueza inesperada de sentidos. A través de un lenguaje en apariencia sencillo, al socavar el significado, abre un espacio a la interpretación en la propia experiencia del lector porque, para el uruguayo, “Después del punto/ comienza el poema” (p.65).
En la fragilidad significativa de las palabras, el escritor defiende la idea según la cual las mejores expresiones artísticas literarias ——aquellas que llegan a conquistar la universalidad—— son el trabajo formal de la palabra íntimamente ligado al sentido, en el que, como expresaría el argentino José Bianco, “la expresión sólo es formalmente bella cuando es justa, es decir, cuando las palabras cumplen su verdadera función: borrarse ante la idea que intentan enunciar, convertirse en vehículos imperceptibles de un significado”:6
6 José Bianco, “Moral y literatura”. Revista Sur, 126, 1945, pp. 62-84.
Fuera de las palabras hay otro mundo
que las palabras no alcanzan
aunque a veces logran
señalar
esa parte del todo
es más
que todo (p. 76)
El autor, en la constante sospecha de la teoría del significado como equivalente a sentido y referencia, juega con las palabras más allá de la lingüística pragmática contemporánea y la filosofía del lenguaje ordinario con una poesía que es “Una puesta del sentido más allá de la frontera de la piel, de la física del pensamiento”.7 Al llevar al lenguaje a sus límites, Courtoisie nos presenta la poesía como una suerte de revolución para, como sentenció Wittgenstein, expandir nuestro mundo, ya que, al aceptar la fragilidad del sentido como intersticio espacial entre lo abierto y lo cerrado del lenguaje, y eliminar los límites significativos y expandir las posibilidades de sentido, da una nueva vida a las palabras y, con ello, aporta un nuevo valor para el conocimiento del Mundo y el Ser, en la posibilidad de cuestionarnos determinadas verdades, aunque puede que anquilosadas.
7 Rafael Courtoisie, Ordalía. Huerga y Fierro, 2016, p. 41.
Creamos con la palabra para conocer el Mundo, pero las palabras no pueden aprehender la totalidad de lo nombrado ya que cada Ser deposita en ellas sus propias creencias y experiencias, realidad relativa y ajena a la totalidad sustancial o material de lo nombrado que, como postulaba el filósofo estadounidense Saul Kripke, es en sí y por sí misma: “las cosas son las casas/ donde habitan los nombres imposibles” (p.55). Precisamente, desde el orden en que cada cosa está en su lugar, al “comenzar a destejer/ cada línea de la noche, desnudar/ las cosas” (p. 51), la cosa en sí kantiana, pese a ser absolutamente desconocida para nosotros, admite considerarse como el fundamento de la materia de las representaciones sensibles y al igual que aquella que afecta a la sensibilidad al corresponder a nuestra facultad de representación y dar origen a la sensación: “Cada objeto tiene/ un nombre secreto,/ la letanía infinita” (p. 72). De esta suerte, la sensación producida por el sentido de los intersticios courtoisieanos se presenta como una suerte de pareidolia (del griego eidolon: ‘figura' o ‘imagen', y el prefijo para: ‘junto a' o ‘semejante a'), al ofrecer al lector desde los elementos que componen la arqueología del Yo una respuesta que no radica en un objeto o el sitio mismo, sino en la relación del Yo con su entorno, se apercibe un estímulo vago por habitual e inadvertido de lo natural, debido a un sesgo perceptivo, como una íntima forma reconocible: una imagen donde son vagamente reconocibles nuestras figuras habituales entre los diferentes registros que pueden modelar cada situación o experiencia: “Al cerrar los ojos/ entiendo/ lo que callo” (p. 73). El autor hispanoamericano, al recuperar en el tiempo y en la memoria la importancia que tiene la conciencia sobre las costumbres y experiencias domésticas, busca la condición innata al ser humano al guiar la mirada hacia el comportamiento para permitir una trascendencia hacia una existencia diferente, con un sentido de la vida ampliado donde “La pregunta abre la puerta/ la respuesta la cierra” (p. 75).
Si “La luz es más misteriosa que la oscuridad,/ porque dentro de la luz duerme la noche” (p. 26), la verdad se vuelve más evidente en la abstracción que en las cosas tal como se ven o se nombran. La abstracción no es una síntesis en sí misma, sino que va en busca de la esencia. Y la humanidad, sumergida en un gigantesco caos, también se encamina finalmente a la esencia, pues, como pensaba el artista uruguayo Joaquín Torres García, “la historia del arte muestra que todos los pueblos pasan de lo puramente imitativo a lo abstracto. Esa evolución no fortuita obedece a la tendencia de la humanidad a seguir el sentido del universo, que en todo momento se encamina hacia la unidad”.8 Al tratar de expresar con su poesía la comunión del hombre con el orden cósmico, nuestro autor nos acerca el nombre escrito de la cosa y una imagen asociada lo menos aparentemente real posible, tal como un probable nuevo signo: “El vuelo llega/ más alto/ que el pájaro./ Así: no escrito” (p. 58)
8 Enric Jardi, Torres García. Polígrafa, 1973, p. 150.
Al “Apartarse del centro/ hasta el borde/ de lo no dicho/ y dar un paso” (p. 79), la poesía courtoisieana simplifica el lenguaje en la búsqueda de un lenguaje atemporal para evocar el orden universal en que se encuentra inmerso el ser humano desde su origen. Rodeados de las aguas del Leteo, moramos en lugares que se desvanecen sin dejar rastro; sentimos que los orígenes son secundarios, derivados, y que lo que desciende de ellos es lo primario y, por ello, prioritario. Pero nuestros antepasados se remontan y arraigan en nosotros, y emanan en nuestras crónicas diarias porque:
El tiempo no pasa: nosotros pasamos
a través del tiempo. El tiempo queda
en su sitio como una serpiente
de piedra:
Quetzatlcóatl (p. 64)
Quetzalcóatl, la serpiente emplumada, nos recuerda que el universalismo —desde la perspectiva de Hegel o Kant— no puede tener el carácter unidireccional que ha justificado la injerencia de unos pueblos sobre otros, sino que ha de ser desde la necesidad de tener una conciencia universal, es decir, una idea de lo que es la totalidad del mundo habitado y una noción clara de su diversidad por medio de la experiencia y el conocimiento empírico como pensaba Humboldt o como expresó el último Goethe, donde la pluralidad posibilita la unidad. En consecuencia, el escritor nos reclama: “Pon atención: (si) cada cena puede ser la última” (p. 27), y no debemos olvidar lo que “En el Talmud está escrito”. Un poema “(Hallado en el sótano de una sinagoga en Praga, durante la ocupación nazi)” (p. 69) nos recuerda que tenemos una deuda hacia el pasado y una responsabilidad hacia el futuro.
¿Y para qué sirve este poema?
Sirve para saber
que las palabras
viven y la muerte no (p. 19).
Toda una incitación a la elevación espiritual si reflexionamos en el poder de la palabra, pues “El lenguaje que fluye y se desplaza hacia nuestros semejantes. Este proceso de reflexión, de reconocimiento, es una forma de unirnos a los otros”,9 nos expone Emilio Lledó, quien a continuación nos interpela en una lúcida visión de la vida moderna: “hablar de democracia no es sólo emplear una serie de términos, una teoría, para construir los principios esenciales que organizan un sistema político. Democracia es, radicalmente, una forma de vida, una armonización del vivir, una conformación de la existencia humana. Una conformación, pero no un conformismo”.10 Se trata de valores identitarios de la cultura grecolatina del arielismo, creado por el escritor José Enrique Rodó, que subyacen en toda obra de Courtoisie al abordar la realidad social, política, cultural y humana para encontrar una aguja en un pajar y descubrir “esa espiga tuerta con el ojo abierto/ donde podría galopar una manada/ de camellos para que los ricos mantengan/ de par en par abierta/ la puerta de los cielos” (p. 15); que la quinta pata del gato, tan maleable como el lenguaje, “se trata de la cola/ apéndice místico que perdieron/ en mala hora/ los seres humanos” (p. 16); o que las hormigas, cuando aparecen en la cocina, “Representan un enemigo/ diminuto pero poderoso”, sin olvidar que “La alegría es un arma/ terrible para ellas” (p. 23), pues lo primero que nos ayuda a arreglar nuestro Mundo es una sonrisa, ya que ésta “concluye cualquier discusión” (p. 29) y nos recuerda que “A veces las palabras/ manchan el sentido” (p.80). En su origen, lejos de aludir a lo que nos diferencia, la identidad se refiere a nuestra mirada humana sobre el mundo y sobre nosotros mismos, y es un componente fundamental de la democracia. Desde “El día de la creación (receta fácil para un sábado de junio)” (p. 49) hasta “Cómo explicar en qué consiste la lucha por el poder a la hora de la cena” (p. 43), el arte culinario es la propedéutica para entender que “Un sólo instante/ hace de la bondad tiniebla/ de la ternura, horror” (p. 30).
9 Emilio Lledó, Identidad y amistad. Palabras para un mundo posible. Taurus, 2022, p. 29.
10 Ibid., p. 31.
Más allá de la tendencia a utilizar los objetos como generadores del recuerdo acostumbrado, Courtoisie, como hiciera Diderot, al introducir en la definición el elemento existencial y ontológico, da el paso de una estética del objeto contemplado a una estética del sujeto, donde la belleza se encuentra en la correspondencia de todas las partes de un objeto entre sí, de este objeto con su entorno, y de ese todo con la mirada que lo recibe para ofrecerse con un valor casi baudelairiano. Al desentrañar el mundo simbólico en estos procesos de articulación entre el sujeto, los espacios y las materialidades, el poeta alcanza a cuestionar “el razonamiento puesto en conserva” de Valéry en un texto sobre la lógica de las operaciones simbólicas donde, a falta de una referencia para compararlo, busca el concepto que no puede caracterizarse y así mostrar que, para alcanzar lo real, es necesario de antemano hacer abstracción de lo vivido:
“ Le cru et le cuit”, dice Lévi-Strauss:
al pronunciar
una palabra
se cuece
la carne del sonido (p. 78).
En el conocido ensayo antropológico de las mitologías de Lévi-Strauss, la observación puede prestarse al debate sobre el detalle: ¿qué es en sí lo real? En la lectura de la obra, el lector encontrará que el eje de la poética courtoisieana es la apertura a nuevas experiencias que permitan desarrollar nuevos paradigmas, pues los descubrimientos condicionan no solamente nuestros conocimientos, sino nuestra forma de pensar.
En un momento en el que la conciencia universalista y el cosmopolitismo han sido productos de los movimientos y de los intercambios cada vez más acelerados de nuestro mundo, nuestro hogar es una entidad multisensorial que se puede percibir, oler, tocar o escuchar. Con todo, la mayor parte del tiempo, al no ser conscientes de ello, al normalizar las situaciones comunes, éstas se banalizan. Desde la palabra abierta al sentido, Manual de poesía para resolver problemas domésticos es una llamada a la conciencia sensible de nuestra naturaleza frente a la automatización del individuo. Gracias al juego lingüístico, al gesto y a las cargas matéricas que nos rodean, el escritor se adentra en las sensaciones para crear una realidad insólita, directamente relacionada con las experiencias vividas a las que pretende dar un sentido frente a la nada y a lo incomprensible como posibilidad. Courtoisie consigue que el lector valore, de un modo casi ritual, algunos de esos momentos domésticos o diarios al desencadenar una reflexión profunda sobre asuntos y sujetos, y logra un estado de introspección sobre aquello que, parece, da fe de nuestra propia existencia y nos impulsa hacia un desarrollo personal cuando tomamos conciencia de lo cotidiano y lo doméstico. En ese lugar no sólo acontece casi toda la vida del ser humano, sino que también se define nuestra identidad. Una espiritualidad estética en la mirada consciente que se detiene en el tiempo para conectar con nuestra naturaleza y entender nuestro entorno, aparentemente estático y siempre cambiante. Lejos de la idea del cerebro como una tabula rasa que recibe estímulos externos —como afirmaban los filósofos del siglo XVIII—, hoy se sabe que este órgano predice, interpreta y configura nuestra experiencia sensorial, ya que el modo en que experimentamos algo a un nivel sensorial básico depende directamente de nuestro conocimiento previo sobre lo experimentado. Si cuando algo es predecible, nuestro cerebro no requiere procesar la información para evaluar su respuesta —como “Qué hacer cuando del juego de doce copas de cristal que heredaste de tu tía se rompieron once y viene a cenar a tu casa, por primera vez, la mujer de tus sueños” (p. 37), algo que “saben los lectores desde que empezó el poema” (p.37)—, lo impredecible, por otro lado, difícilmente puede ignorarse. Resulta indispensable incorporarlo y procesarlo para actualizar nuestro entendimiento del entorno, puesto que “La solidez es una forma extrema/ de la debilidad: mira tu cuerpo” (p. 38).
Paradójico y provocador, el poeta uruguayo nos brinda una poesía de admirable y cuidado lenguaje donde no sólo hay belleza y humor, sino también trascendencia significativa en un aparente nivel coloquial lleno de recursos retóricos y poéticos al “solucionar distintos inconvenientes caseros para el arte lírico: ritmo, metáfora, simbología, contrarritmo, silencio, polisemia, costuras invisibles entre versos, etc., claro, eso cuando se pretende escribir poemas con éxito, y por esto último, no me refiero a textos que agraden al lector y susciten el aplauso fácil, sino que lo interpelen, que lo conmuevan al punto de hacerle variar o incluso dudar de su opinión o sensación. Esto es lo más cercano que estaremos de la verdadera Poesía”, tal como prologa el poeta Mario Pera.
En la paradoja de que el lenguaje poético subvierte el sentido ordinario de los lugares comunes de otros lenguajes a partir de la aceptación de lo indecible, Rafael Courtoisie pertenece a esa clase de poetas que saben que su tiempo es ahora, y que el impacto más importante de la escritura en la historia humana es precisamente el cambio gradual de la manera en la que los humanos piensan y ven el mundo; por ello, se nos aparece como esa poca habitual suerte de albatros baudelairiano. Están presentes García Lorca, José Bergamín, Juan Goytisolo, Marosa di Giorgio, Quiroga, Baudelaire, “los fantasmas de Gardel y Le Pera, el espectro de Onetti, la degollada de la rambla Wilson, Juana de Ibarbourou declamando ‘Caronte, yo seré un escándalo en tu barca'” (p. 36); “sombras apenas de ángeles caídos” (p. 29) que no abandonan el navío de la sociedad, el Mundo, nuestra domus o morada, puesto que “cada pluma representa la escritura, el silencio” que se gesta y alumbra en el poema: el espacio creado donde la luz se manifiesta. Silencio que en poesía es el signo de que el receptor, el lector, importa.
Manual de poesía para resolver problemas domésticos se presenta como una mirada consciente del ahora, un presente que se oculta entre las vistas ensimismadas que lo rodean para hallar la belleza silenciosa en la vida ordinaria, pues si “La parte oscura del lenguaje/ ilumina/ la cara oculta de la vida”, entonces, como recoge Gustav Janouch en sus Conversaciones con Kafka, “La verdad es siempre un abismo. Uno debe —como en una piscina— atreverse a zambullirse desde el tembloroso trampolín de la experiencia trivial diaria y sumergirse en las profundidades, para tras esa experiencia salir de nuevo —riendo y luchando por recuperar el aliento— a la ahora doblemente iluminada superficie de las cosas”. La tarea de cotidianizar muestra, para Courtoisie, lo más profundo del ser humano mientras presenta al mismo tiempo una memoria individual de lo colectivo, pues si lo cotidiano es el relato efímero permanente que hacemos de nuestra vida, lo que une a los pueblos es la narración, y tal vez sea en el imperativo juanramoniano “Amor y poesía cada día” donde se encuentre la esquiva universalidad del concepto. De ser así, como augura el poeta uruguayo: “No te alcanzarán los envases/ del mundo/ para tanta vida” (p. 47).
María José Muñoz Spínola / Sevilla, España 1973. Escritora y arquitecta. Sus trabajos han sido publicados en diferentes medios nacionales e internacionales como Barcarola, El Corredor Mediterráneo, Culturamás o Amanece Metrópolis.
Fuente: Periódico de Poesía de la UNAM/ México