Las uruguayas, la directora, María Arrillaga (i) y la poeta Ida Vitale, el pasado fin de semana durante el pase de prensa del documental; Ida Vitale, dentro de la programación del XXVI Festival de Cine en Español de Málaga. EFE/Jorge Zapata
Por Alicia G. Arribas
18/3/23 - Málaga / EFE
Ida Vitale, una de las voces poéticas más importantes del mundo hispanoamericano, explica que de niña le gustaba leer la Biblia “por las figuras mitológicas”. “Era bien divertida, mi ‘Harry Potter'”, confiesa a EFE la escritora uruguaya, protagonista de un documental presentado en el Festival de Málaga (España).
La cinta repasa, en un abecedario de instantes, las vivencias más íntimas de Ida Vitale (Montevideo, 1923), que ha pasado unos días en Málaga acompañando a la nieta de unos amigos, María Arrillaga, directora de cine.
“A veces mi abuela buscaba la Biblia donde ella la había dejado y la tenía yo, escondida en mi cuarto. Me parecía injusto que ese libro tan divertido fuera exclusivo de mi abuela”, comparte entre risas cantarinas.
Un regalo
En noviembre cumplirá cien años, pero eso no le impide interesarse por todo. Mira a su alrededor la ropa de las chicas que le rodean y elije: “Mira, María, qué vestido tan lindo con esas medias lunas negras”.
Y se lleva a la nariz una flor de azahar limonero, un aroma que le gusta y que asocia a las calles de Málaga.
Miembro de la generación del 45 y representante de la poesía esencialista, no le gustan los diarios digitales, prefiere los otros, dice, los de siempre, los de papel, porque “te lo llevas donde quieres: a la cama, debajo de un árbol; por suerte, en Uruguay, aún existen”.
Y aunque ya ha visto un par de veces el documental, señala que aún “no le toma cuerpo”, lo ve como algo ajeno a ella, un “regalo” de Arrillaga que esta se apresura a desmentir: fue “mutuo”, apunta la cineasta.
La película es un legado donde, a partir de cada una de las letras del abecedario, la poeta suelta una palabra, a bote pronto, que enlaza con alguno de sus momentos vitales.
Se ríe ante la idea de lo que le pueda quedar pendiente de escribir, o de contar: “A mí ya solo me queda contar los frailes”, dice y acto seguido rompe en una sonora carcajada.
“¿Aquí no se dice ‘mandar a alguien a contar los frailes'? Pues debe ser una herencia española, que nos dejaron bien metida la Iglesia”, ironiza.
La frase, que usualmente se completa con “que dicen que falta uno”, suelen usarla los padres cuando sus hijos preguntaban por algo de manera insistente.
La infancia de Ida Vitale
La broma le lleva de nuevo a su infancia: “En Uruguay no queremos a los curas, ni mi abuela, que era una mujer sencilla, quería ni ver a los curas. No, nuestro ambiente era arreligioso. Y mi abuelo era masón”, agrega.
Salta a su banco del colegio donde tenía una compañera “que era muy religiosa y a veces me trataba de captar, así, muy sutilmente (vuelve a reír). A veces me sentía un poco disminuida, porque pensaba que había una parte de esa compañerita que yo me estaba perdiendo”.
Hace un juego de palabras con una de las frases que pronunció en su discurso, al recibir el Premio Cervantes con 95 años, aquel “león bien dispuesto” para lanzar sus manos delgadísimas en forma de garra mientras dice: “león bien dispuesto”. Nada se toma en serio, busca la broma, contagia la risa, irradia vida Vitale.
Vuelve de nuevo a la niñez y a una de sus mayores penas, que fue no tener una mascota, “ni perro, ni gato. Hijos sí tuve, no muchos. Me sobró el varón”, dice, provocativa, pero tampoco lo dice en serio.
A la pregunta de si siempre fue feminista, Vitale niega: “Ya cuando era joven me parecía una cosa pasada de moda”.
“Verás, mi tía era directora de una escuela, la otra tía (…) era maestra. Todos los libros que tuve que me gustaban habían sido de ella. En mi familia toda las mujeres eran importantes, todas habían estudiado. Pero eso pasaba en mi familia, no vale para generalizar”, advierte.
Una viajera
Solo se pone seria para confesar que, de no haber sido escritora, hubiera querido ser “viajera”: “Pero tampoco quise soñar con posibilidades, me parecía peligroso, más vale acomodar lo que a uno le pasaba cerca”.
“Nunca fui rebelde, ni me pusieron nunca límite, supongo que la rebeldía te alcanza cuando te empiezan a prohibir; a mí solo no me dejaban hacer cosas que eran incorrectas, como meter el dedo en la sopa”, comenta.
Y se despide con un abrazo, fuerte, cálido. Ida Vitale. Por los siglos de los siglos.
Fuente: EFE