Por qué soy quien soy
Silvana Tanzi
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“Me casaré con mi madre”, respondía rotunda cuando era una niña y los adultos le preguntaban qué haría cuando fuera grande. Con ese recuerdo, que se remonta a sus tres años, comienza La insumisa (HUM, 2020), y de inmediato despierta interés por su historia y su protagonista, una niña rebelde, extremadamente curiosa, que vivía entre el amor incondicional por su madre y el rechazo por su padre agresivo y alcohólico. De los momentos más recordados de su infancia y juventud se nutre esta novela autobiográfica de Cristina Peri Rossi (Montevideo, 1941), en la que evoca personas, anécdotas, palabras, silencios incomprensibles y lugares que reconstruye con imágenes potentes. En 2019 la autora recibió por el conjunto de su obra el Premio Iberoamericano de las Letras José Donoso, que otorga la Universidad de Talca en homenaje al escritor chileno.
“La insumisa es una novela autobiográfica de mi infancia y juventud con la que me siento identificada, y quizás responde a una pregunta que todos nos hacemos en cierto momento de la vida (yo me la hice desde la infancia), por qué soy quien soy y como soy. Y no olvidemos la edad. A mi edad es frecuente la evocación”, responde por correo electrónico Peri Rossi desde Barcelona, donde está radicada desde hace más de 40 años.
Con una nutrida producción narrativa, poética y ensayística, Peri Rossi, quien adoptó su segundo apellido en homenaje a su madre, cuenta con varios premios literarios. El primero fue en 1968 por su libro de relatos Los museos abandonados, a los que siguieron más de una decena de reconocimientos internacionales. En 1972 abandonó el país por motivos políticos y se fue a Barcelona, desde donde tuvo una activa militancia contra la dictadura uruguaya. Fue también perseguida por el franquismo, por lo que emigró hacia París. En 1974 regresó a Barcelona y allí se radicó. Ha sido docente, periodista, traductora y conferencista en varias universidades. Y desde mucho antes de la explosión del feminismo en el mundo, fue feminista y defensora de los derechos de los homosexuales. Para conocer sus orígenes, hay que leer La insumisa.
“La pretensión de una autobiografía completa aun de un período limitado es imposible; la selección debe seguir un propósito, como dice William Saroyan en el último capítulo: ‘Este libro no es todo lo que yo querría decirte, sino algunas de las cosas de quién era antes de conocerte'. Por lo demás, creo que la novela no flota solo en el ámbito del yo, refleja de manera indirecta algo del Montevideo de los años 40 al 60, un barrio popular, El Reducto, una clase social y un pueblo del interior”, explica la autora.
En su libro aparece una Montevideo que se movía a ritmo cansino, donde convivían criollos con trabajadores inmigrantes que no eran los de hoy, eran los europeos. Una ciudad que también estaba llena de otros prejuicios, en la que existía algo llamado “la Sociedad” que siempre miraba, señalaba y juzgaba. Especialmente molesta resultaba una niña preguntona y poco afecta a las normas, que le gustaba usar pantalones y treparse a los árboles. Cuenta la narradora en La insumisa: “La Sociedad era un NO gigante contra mis deseos. Yo estaba dispuesta a renunciar a alguno de mis deseos, siempre que me demostraran racionalmente la conveniencia de hacerlo”.
En la evocación también hay un viaje en tren hacia Casupá a la casa de sus tíos para curarse al aire libre de los primeros síntomas de tuberculosis que aparecieron cuando tenía cinco años. “Mi infancia es una estación de trenes, en mitad del campo. Un campo llano, yermo, dedicado a la pastura de ganado”, dice la narradora. Allí conoció los amaneceres y los atardeceres, persiguió avestruces con un lazo, aprendió a sacar agua de un aljibe y a dormirse con el ruido de los trenes.
En general sucede en todos los libros, pero en el de Peri Rossi tienen tanta importancia las palabras dichas como las no dichas. Hay frases hechas o eufemismos escuchados en la infancia que gravitan de forma especial en la historia, tienen peso y textura y marcan para siempre. Y aunque su autobiografía está narrada a través de imágenes, para la autora no hay nada que sustituya la fuerza de las palabras. De hecho en su anterior libro plantea en el título Todo lo que no te pude decir (HUM, 2018) ese poderoso dominio de la palabra. “El lenguaje es una maravillosa aptitud para nombrar casi todo, pero hete aquí que lo innombrable también existe. Por lo demás, yo le doy vuelta al dicho convencional de que una imagen vale por mil palabras, todo lo contrario, sigo creyendo que el lenguaje es más importante que la imagen (a pesar de mi afición al cine que no está reflejada en la novela). Pero el lenguaje sirve también para ocultar, para confundir. Procuré que mi novela autobiográfica a veces desarrollara muchas circunstancias que describían prejuicios, injusticias y también iluminaciones. Siempre será más eficaz la frase de mi tío ‘las mujeres no escriben y cuando escriben se suicidan', que un ensayo sobre el patriarcado y la desigualdad de las mujeres. Esa frase, que expresé por primera vez en una conferencia en Madrid, fue tan reveladora, tan eficaz, que desde entonces circula por las aulas, los congresos, y ahora por internet, aún desconociendo su procedencia. Creo que muchos textos, cuentos y relatos son parábolas modernas. En el Evangelio (y conste que no soy creyente) Jesús dice que habla en parábolas ‘para que el que quiera entienda'. Es el pacto del escritor y el lector”.
El tío Tito, “soltero, inteligente, culto, ateo y misógino”, mereció un lugar especial en esta autobiografía y tiene un capítulo para él solo, porque Peri Rossi lo admiraba a pesar de su personalidad. Sobre todo porque fue la persona que tempranamente influyó en su formación cultural y literaria. El tío Tito era implacable: en su biblioteca no había autores uruguayos y solo figuraban tres escritoras: Virginia Woolf, Alfonsina Storni y Safo. Las tres suicidas. A pesar de que tuvo una relación cercana con Peri Rossi, nunca leyó ninguno de sus libros. “Una no elige a los miembros de su familia, la infancia es opresión, obediencia, y en la novela está dicho claramente que yo quería haber tenido otro padre, pero era imposible”, explica la escritora. “Mi tío era mucho más complejo que solo misógino y hasta cierto punto fue un sultán, dado que era el único hombre en la casa de mi abuela. No me leyó nunca, pero tampoco me leyó nadie de la familia, para quien una hija escritora era algo incómodo y difícil de encajar. En mi primer viaje de regreso, justo a los pocos días de la salida de los militares, fui con una amiga a la casa de mi abuela. Mi amiga le preguntó a mi tío si no me había leído y dijo que la literatura contemporánea no le interesaba, lo cual no era cierto, era un gran admirador de Juan Ramón Jiménez y de García Lorca. De autores uruguayos, Horacio Quiroga y Julio Herrera y Reissig”.
En La insumisa hay una abuela cuya casa tenía un fondo grande como el Paraíso bíblico, poblado de vegetación exuberante y de animales al acecho. Una abuela que la obligaba a tomar leche entera y la amenazaba con llevarla al asilo si no obedecía. Hay una madre bellísima, triste y solitaria por el abandono de su marido. A veces esa madre comprensiva con su hija también podía ser cruel con las palabras. “Sos igual a tu padre”, le decía como reproche. La narradora cuenta su esfuerzo para distanciarse de ese parecido con su padre, y en muchos momentos lo odiaba, sin embargo, le dedica un capítulo en su libro. ¿Por qué lo incluyó? “Porque fue mi padre”, responde.
La insumisa es también un viaje hacia el origen de la atracción del cuerpo femenino: el de la hermosa vecina de enfrente, el de su compañera de liceo, el del primer beso. Es un viaje hacia el deseo y hacia el dolor que provoca lo incomprendido. Otro deseo la hizo desembarcar en Barcelona y no en Génova, de donde habían partido sus bisabuelos. El viaje de esos ancestros también se reconstruye en este libro y es la parte novelada de la autobiografía.
“Para mí, tanto como lectora o como escritora, el título es importantísimo. Me recuerdo de chica, anotando títulos en un cuaderno para leer cuando los encontrara o pudiera comprarlos. Por ejemplo, en la librería Tarino, en la esquina de la Biblioteca Nacional, a los 16 años vi en la vidriera un libro que se llamaba La balada del café triste, de una autora desconocida entonces, Carson McCullers. Había un solo ejemplar y estuve un mes sin fumar para comprármelo. Pocas veces un título me ha defraudado. El título a mí se me ocurre mientras escribo el libro. A veces dudo entre uno u otro, pero hay una especie de imán. Recuerdo que tenía dudas en un libro de relatos, me gustaba La tarde del dinosaurio y El corredor tropieza. Estaba tomando un cortado en una cafetería de Barcelona y unos chicos ingleses pagaron y se fueron, olvidando un sobre abierto sobre la mesa. Me levanté y lo recogí: en su interior había media docena de postales bellísimas de dinosaurios en el museo de Londres. Eso lo decidió y creo que fue un acierto”.
Como título, La insumisa es un gran hallazgo porque condensa tanto el perfil de la protagonista como el de los otros a los que se enfrenta. Y vale la pena leerlo porque es una narración escrita con una gran autenticidad y con la solvencia de una gran escritora. Tiene además el poder de evocar historias propias en los lectores, frases alguna vez escuchadas, casas y calles tal vez olvidadas. Es el poder evocador de la buena literatura.
Fuente: Búsqueda