Poesía uruguaya en la península ibérica

 

 

Una antología poética de Circe Maia a cargo del poeta y ensayista español Jordi Doce, en edición de la prestigiosa PreTextos.

 

Darío Jaramillo
Domingo 26 de abril de 2020 

 

Circe Maia (1932), nativa de Montevideo, es uno de los clásicos vivos de la poesía en la lengua castellana. El poeta y ensayista español Jordi Doce hizo esta antología poética que abarca se obra entre 1948 y 2014, precedida de un breve y lúcido ensayo donde dice, entre otras cosas, que son dos las notas que “distinguen la poesía de Circe Maia y hacen de su lectura una experiencia seductora, una de las más hospitalarias de nuestro idioma. Por un lado, el correlato mítico o literario, préstamos de sus amados poetas griegos que asoma de manera ocasional para dar profundidad (temporal, imaginativa) a la reflexión del poema (…).

Por otro, el tono suelto, casi conversacional de los poemas, esas ‘palabras de familia' que se desgranan y envuelven al lector. Digo ‘envuelven' porque, en efecto, algo tienen de confidencia, de palabras que dan vueltas a un núcleo vacilante, hecho de preguntas y breves apartes que simulan el compás de un monólogo interior (…).

El resultado es una poesía que habla como ninguna otra en nuestro idioma. Una aleación en la que resuena el legado del simbolismo, de Juan Ramón en adelante, y el metal afectuoso, abierto y hasta algo de una voz familiar que sabe, con Teresa de Jesús, que Dios anda entre fogones: el hogar, los niños, los afectos cercanos y las rutinas domésticas son otros tantos espacios de iluminación que comparecen en sus poemas y propician el salto meditativo”.

 

MÚLTIPLES PASEOS A UN LUGAR DESCONOCIDO, Antología poética (1958-2014). PreTextos, 2019. Valencia, 256 págs.

 

"Palabras", de Circe Maia:

Con gran dificultad, como un idioma
nuevo, mi propio idioma.
Asoman las palabras fugazmente
y ya dejan polvo, alguna equívoca
sombra, se endurecen,
se retiran de mí, están cerradas
y como envueltas en sus signos, quietas.
Cubiertas por su capa de sonidos
en una espesa, inerte luz, calladas
no hablan, no nos hablan.
Pero, de pronto, de otra boca salen
simples, directas, saltan
sobre mi propia voz, la están alzando,
la levantan, la alumbran, están vivas,
las siento sobre mí como una ráfaga.
Hablarte, hablarme. Es tiempo,
es tiempo ahora
de voces entre voces apoyadas.

 

Fuente: Cultural/El País Uruguay

 

 

SELECCIÓN DE POEMAS

 

VOCES EN EL COMEDOR
La puerta quedó abierta
y desde el comedor llegan las voces.

Suben por la escalera
y la casa respira.
Respira la madera de sus pisos,
las baldosas, el vidrio en las ventanas.

Y como por descuido se abren otras puertas
como a golpes de viento
y nada impide entonces que se escuchen las voces
desde todos los cuartos.

No importa lo que dicen.
Conversan: se oye una,
después se oye otra.
Son voces juveniles,
claras.

Suben
peldaños de madera
y mientras ellas suenan
—mientras suenen—
sigue viva la casa.

 

TRAICIÓN
El último sol no le dijo: soy el último sol.
Nada le previnieron.
El agua resbaló sobre su cuerpo y él no supo
que era el modo en que el agua
decía: adiós. No supo.
Nadie le dijo nada.

Cuando llegó la noche, llegó para quedarse.
Y él no lo supo nunca.

 

LAS COSAS POR SU NOMBRE…
¿Y si no lo tienen?
¿Cómo se llama esta tristeza
que te dan las tres notas ascendentes
de  La muerte de Aase,  en esta música?

Cuidado, no se llama Esta Tristeza.
Vas a tener que dar algún rodeo
para nombrarla,
porque no existe fuera de las notas
y sin embargo
las notas no son ella.

 

CIUDAD DE CASAS BAJAS
Las calles desembocan
fácilmente en el cielo.
Detrás de las palmeras de la plaza
se pone el sol: el rojo
se ensombrece en violeta
allí muy cerca.

Y encima de las casas, nubes
—a veces largas franjas,
o las algodonosas, con los bordes brillantes—.
Todo allí mismo, tocando techos bajos.

Hay esquinas donde la luz demora
y se prende a un balcón y lo suelta sin ganas.
El cielo toca todo
y entra por todos lados.

¿Qué haremos con tanto
azul tan cerca?

 

LAS SIETE PLACITAS
Al entrar o salir de la ciudad se atraviesan
siete plazas pequeñas.
En alguna no cabe más que una palmera.
En otra, hay dos árboles y un banco.
En la más grande hay hasta una fuente
y una gran rosaleda, con bancos que se enfrentan.
No está todo al mismo nivel. Hay un lugar más alto.
Allí han puesto una estatua.
(La estatua, con el sable en alto,
ataca el aire plácido.)

Calles finas y curvas separan las placitas.
Crucemos con cuidado.
Desde este lugar se ven las casas nuevas
y, en las veredas, siete palmeras altas
que conservan la luz del sol por mucho rato.
Cuando todo es penumbra
se ve brillar las hojas todavía
y a veces
un rumor en lo alto.

 

JUNTO A LA PUERTA
Sobre un texto de Kafka

Junto a la puerta hay un guardián.
Le has pedido permiso.
«No es posible pasar —te dice—.
Pero si te dejara, encontrarías otros, más terribles,
que no te dejarán avanzar.»

Te sientas junto a la puerta. Esperas.
En muchísimo tiempo nada cambia. Envejeces.
Sientes llegar el fin. Pero antes, miras
cómo el guardián cierra la puerta.
«¿Por qué la cierras?», dices.
Y él te contesta:
«Esta puerta te estaba destinada.
Ya no estarás aquí. Voy a cerrarla».

 

¿CÓMO SERÁ?
¿Será posible que uno esté escribiendo,
por ejemplo, esta frase, y nos quede inconclusa?
«Tú no verás caer la última gota
que en la clepsidra tiembla.»
No veremos entonces el momento
previo, el momento
último. Caerá el papel,
la taza de café, o lo que sea.
O tal vez no.
Podría ser la velita que se apaga
imperceptiblemente
sin que ninguna puerta se cierre
y ninguna se abra.

 

Fuente: El Cuaderno

 

Lunes 27 de Abril de 2020
Ministerio de Educación y Cultura