Dos trabajos recién editados proponen dos formas de diálogo entre textos literarios e imágenes.

Mariana Figueroa Dacasto
La Diaria - 23/11/2018

 

Es difícil encontrar un marco teórico cómodo para analizar los fenómenos que implica el cruce de dos o más lenguajes artísticos en una misma obra. Las perspectivas más antiguas de raíz aristotélica o neoplatónica conciben la obra como el producto de un conjunto de técnicas o como la realización de una esencia preexistente. Estas teorías podrían ser más claras en cuanto a la descripción de lo que es propio de cada disciplina, pero chocan con el cuestionamiento del mismo estatus de lo artístico, llevado a cabo por casi todo el arte del siglo XX, dando lugar a otras perspectivas que entienden su especificidad como una legitimación condicionada tanto por prácticas sociales como por determinantes históricas. A su vez, estas perspectivas quizá nos parezcan más realistas en cuanto a su comprensión de lo artístico y su historicidad, pero es difícil partir de ellas para analizar diálogos o fusiones propias entre una y otra disciplina: lo pictórico, lo musical, lo literario, y, en última instancia, lo propiamente artístico.

Dos trabajos recién editados, Libro de sombras, de Rafael Juárez Sarasqueta, y Cielos entornados, de Ricardo Pallares, proponen dos formas de diálogo entre textos literarios e imágenes fotográficas, en el primer caso, y pictóricas, en el segundo. En el de Juárez, entre dos textos narrativos se introducen fotografías tomadas por el propio autor, mientras que el de Pallares compone textos poéticos a partir de las pinturas de Raquel Barboza.

 Dibujo del libro Cielos entornados, de Raquel Barboza (dibujos) y Ricardo Pallares (textos)

En el caso de Pallares, los textos fueron compuestos a partir de las imágenes. Como él mismo expresa, sirviéndose de las teorías de Gérard Genette, “se puede afirmar que si el conjunto de los dibujos fuera un texto, sería la fuente de significado de un segundo texto que en este caso es o pretende ser poético”. Si bien suele ocurrir que este texto poético refiere a figuras o formas presentes en las imágenes, estas menciones no se agotan en sí mismas, y sobre ellas el poeta acumula nuevas significaciones y sugerencias. En muchas ocasiones la imagen acaba por volverse alegórica de una forma que no era explícita al mirar el cuadro. En uno de ellos, casi abstracto, se adivina la figura de un equino sobrecargado y tres figuras humanas desproporcionadamente grandes sobre él, todo confundido con manchones superpuestos en tonos amarronados que parecen aplastar a la bestia. Pallares elabora una crítica social en la que esta imagen cristaliza las inequidades sistémicas (“le duelen prendas al burro / a los carnavales nacionales / le duelen las realidades / de ricos pechugones disfrazados”). Otras veces, ni siquiera es verdaderamente perceptible la relación referencial entre lo visual y lo poético, aunque, al volver a la imagen luego de leer el texto, se percibe una coherencia, así sea por la tónica emocional que sugieren formas y colores.

Como dice el mismo Pallares, el conjunto de los textos posee una unidad en cuanto terminan refiriéndose a un mismo “asunto” que sería “la humanidad entrevista, real y soñada; la dicha, menguada entre las interferencias del mundo y los propios seres; o la plenitud siempre retaceada”. El adjetivo “entornados” aplicado a los “cielos” del título evoca puertas o ventanas y alude a ese constante resto de insatisfacción, a cosas que no terminan de “abrirse” y a un punto de mira exterior a lo observado. El yo lírico, pocas veces explicitado, y siempre en plural, se coloca permanentemente en un rol de observador que se deja afectar pero no envolver en lo que ve. Quizá sea esto lo que vuelve pertinente al diálogo pictórico-poético, más que la manera en que interactúan los objetos plasmados en ambos lenguajes.

Muy distinto y particularmente original es el procedimiento utilizado por Juárez. Entre dos textos narrativos, “La naturaleza es una casa encantada” y “Las yeguas”, se intercala la serie de fotografías “Los sueños de una sombra” como si fuera un relato más. El conjunto presenta una sólida unidad estilística y conceptual, anudada en torno a la tradición de horror cósmico propio de Edgar Allan Poe y HP Lovecraft, y a exploraciones arquetípicas de lo demoníaco femenino. El primer relato nos sitúa en un entorno semiurbano, boscoso, en una vieja casa cuyos alrededores recorren dos personajes femeninos. Una historia contada por una de ellas se entrelaza con la narración principal, y todo el conjunto remite al tipo de leyendas referidas al llamado de la selva, es decir, al horror de los restos de nuestra psiquis animal, latentes en cada individuo bajo el barniz de humanidad y civilización. Su entrada en nuestro mundo se produce a través de la sexualidad femenina (por medio de la joven que cuenta la historia y la niña que la protagoniza), que marca el elemento común que lo une a las siguientes secciones del libro. Las fotografías de “Los sueños de una sombra” continúan con el procedimiento de generar inquietud a través de lo que queda oculto o fuera de escena. Finalmente, en “Las yeguas” nos encontramos en un entorno urbano y civilizado, donde, si bien el vuelco hacia el horror cósmico no sucede hasta casi el final, cierta dosis de opresión kafkiana refuerza imágenes inquietantes y perturbadoras. La evocación de lo femenino negativo, de las leyendas de Lilith, de súcubos y lloronas, se mantienen como constantes en todo el libro.

Entre los dos textos, la intervención de las imágenes profundiza esa zona de indefinición tan cara a la tradición literaria en la que estos textos se inscriben, ya que el horror cósmico se apoya fundamentalmente en lo latente, lo no verbalizado. A su vez, funcionan como un eco del primer relato, que servirá para terminar de diluirlo, como si la palabra hiciera un fade out, contribuyendo a que la aparente vuelta al mundo real del segundo gane fuerza y a que, más tarde, tenga más efecto la Estos libros no sólo se diferencian en términos temáticos y estilísticos, sino también en la forma en que las imágenes interactúan con los textos. En el de Pallares hay un diálogo constante y fluido que acaba por conformar una unidad. En el de Juárez, el lugar de las imágenes está bien delimitado, y se imponen en el conjunto desde su diferencia, como un intermezzo, aunque también refuerzan la coherencia del todo. Afortunadamente, en ambos casos se esquivan los mayores riesgos de combinar ambos lenguajes. No se cae en la obviedad ni en la redundancia. Y tampoco pasa, como en muchas ocasiones, que ambos lenguajes se debilitan mutuamente, cerrando su espectro de significaciones mediante anotaciones referenciales demasiado explicativas.

 

Cielos entornados, de Ricardo Pallares (textos) y Raquel Barboza (dibujos), Montevideo, Banda Oriental, 2018. 95 páginas. 

Libro de sombras, de Rafael Juárez Sarasqueta. Montevideo, Ediciones Campeón, 2018. 40 páginas.

 

 

Fuente: La Diaria

Viernes 23 de Noviembre de 2018
Ministerio de Educación y Cultura