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Casa de Julio Herrera y Reissig y Torre de los Panoramas
No se ha encontrado documentación que especifique la antigüedad del edificio. Por sus características arquitectónicas se estima que es una construcción de la segunda mitad del siglo XIX.
Principales características de la arquitectura civil de la época:
Las citas que siguen ilustran acerca de las principales características de las construcciones montevideanas del período inicial de nuestra vida republicana, muchas de cuyas características perdurarán a lo largo de todo el siglo XIX y parte del XX:
“En 1834, el cirujano de la expedición W. H. Webster (expedición científica inglesa que arriba al Río de la Plata en agosto de 1828) recogió en su libro los recuerdos del largo viaje, incluyendo descripciones de la hidrografía, flora, fauna y geología de los lugares visitados. Extraemos seguidamente fragmentos del testimonio del autor referente a su visita a Montevideo, (...). La mayoría de las casas tienen dos pisos y están hechas de ladrillos; no tienen jardines, solamente un patio, y su exterior está bloqueado. Están construidas siguiendo la moda española; y aunque las barras de hierro macizo desfiguran las ventanas bajas y les dan la apariencia de prisiones, sin embargo, son viviendas tolerables. Los techos son planos y sus lados están protegidos por una baranda para ser usados como paseos y también para que las damas arreglen sus plantas y flores favoritas. Ellas son, en efecto, el punto de reunión de sus residentes, quienes pueden ser vistos durante el día, pero particularmente en el atardecer, holgando con un café o cigarros, o contemplando cualquier espectáculo que acontezca en las calles.
Aquí también el comerciante que está interesado en los negocios marítimos tiene su mirador, algo parecido a una torre de observación, donde con su largavista observa el distante horizonte hacia el este, ansioso por la seguridad o el esperado arribo de algún velero. Estos miradores colocados en los techos le dan un aspecto peculiar a la ciudad. (...)” (citado por Aníbal Barrios Pintos en su libro “La Ciudad Vieja (2) - Los Barrios de Montevideo” Intendencia Municipal de Montevideo, 1998).
Estas torres o miradores inicialmente caracterizan la arquitectura civil del período luso-brasileño (1817-1829), y serán tema reiterado de la arquitectura montevideana durante todo el siglo XIX y primer cuarto del XX.
El Prof. Giuria en el Tomo I de su libro “La Arquitectura en el Uruguay” (Ed. Universidad de la República. Montevideo, 1955) establece que:
“Algunas de las casas que hemos citado anteriormente (las de Ximénez y Gómez) poseen un elemento que contribuye, no sólo a caracterizarlas, sino también a hacer más movida e interesante la silueta de la ciudad: es la torre que generalmente no es otra cosa que la prolongación de la caja de la escalera y que se ha dado en llamar "mirador”. Como las únicas casas que nos quedan de la época hispánica, que son las del general Lavalleja y del arquitecto Tomás Toribio, carecen de ella, ignoramos si ya estaban en uso durante aquel período. Por lo demás, es un elemento típicamente peninsular, Cádiz, ciudad de azoteas como Montevideo, ostenta todavía numerosos miradores. Estas torres suelen ser un simple prisma de base cuadrada, con techo plano y provisto de aberturas en sus cuatro caras: una puerta y tres ventanas permiten gozar del panorama que se despliega alrededor del mismo.”
Refiriéndose al mismo período luso-brasileño, la Prof. Marta Canessa señala que en la arquitectura civil privada “(...). Continúa en gran boga la cubierta de azotea que se construye con vigas de lapacho o canelo cruzadas por alfajías de madera que sostienen dos hiladas de ladrillos. En la hilada superior, se revoca con una capa de mortero, en los entrepisos, el ladrillo es sustituido por baldosas. Es probable, aunque no puede afirmarse con certeza, que la vulgarización de la cubierta de azotea haya estimulado la aparición -hacia esta etapa- de los miradores. Estos, en sí, no son otra cosa que la continuación de la escalera. (...)” (“La Ciudad Vieja de Montevideo” - Ed. As. Montevideo. 1976).
En el período comprendido entre 1830 y 1850, azoteas y miradores se consolidan como imagen urbana de la ciudad, como lo demuestran numerosos grabados de la época.
Según Giuria, entre 1852 y 1870 “persiste el uso del mirador, siendo pocas las casas de cierta importancia construidas en esta época, que carezcan de dicha torre, que daba un aspecto pintoresco no solo a los edificios, sino aun mismo a la ciudad.” (Tomo II del libro ya citado).
El edificio tal como ha llegado hasta nuestros días, presenta evidentes modificaciones, tanto en la fachada como en su interior.
En la fachada aparecen elementos decorativos (de carácter geométrico) propios de corrientes arquitectónicas que se dieron en nuestro país en el primer tercio del siglo XX.
Una importante modificación del patio de la planta baja supuso el agregado de dos baños.
El zócalo de cinco azulejos “Pas de Calais” existente en patio y circulaciones de la planta alta seguramente fue incorporado posteriormente.
Elementos significativos que se mantienen y que se reconocen de valor:
a) Fachada
Estructura formal y compositiva. Escala y proporciones del conjunto. Ritmo y dimensiones de vanos (adintelados). Aberturas y postigones de madera. Balcón continuo, hacia la calle, en planta alta. Baranda de hierro que protege dicho balcón y azotea.
b) Interior
Patios con claraboya. Mirador sobre la azotea o terraza, desde la que se contempla la costa del río. Entrepisos y cubierta horizontal: sistema constructivo de tirantes, alfajías y ladrillos, llamado "a la porteña". "Pas de Calais" como revestimiento en zócalo de patios y circulaciones (no original). Fogón de cocina.
c) Relación con el entorno
La escala del conjunto y su relación con los edificios inmediatos (el predio es en esquina), las características topográficas del terreno (se trata de un punto alto) y la apertura visual hacia y desde la rambla sur, así como su ubicación en las cercanías de lo que fue el “Portón de San Juan”, entrada sur de la ciudad colonial, cualifican el entorno en el cual se inserta, siendo su imagen un referente ineludible de este sector de la Ciudad Vieja.
Relevancia histórico cultural
Más allá de los méritos arquitectónicos enumerados, la declaración del bien como Monumento Histórico Nacional valora la significación cultural del edificio.
El poeta Julio Herrera y Reissig (1875-1910) que residió en esta casa desde 1901 a 1907, hizo de su "mirador" (conocido como "Torre de los Panoramas") uno de los referentes más fermentales de nuestra cultura de principios del siglo XX.
El Prof. Pivel Devoto dice que dicha casa "tiene un profundo valor evocativo como que está unida a la irrupción y el esplendor del modernismo literario en el Uruguay. En ella vivió, efectivamente, Julio Herrera y Reissig y allí funcionó, también, su célebre “Torre de los Panoramas" (...).
Pero, la mayor sugestión de la casa proviene, sin duda, del hecho de haber sido sede de la “Torre de los Panoramas” que, junto con el “Consistorio del Gay Saber”, constituyeron los dos grandes cenáculos del modernismo literario en nuestro país. Minúsculo y oscuro altillo de 2.50 x 2.50 m, apenas aireado por una ventana abierta hacia el Oeste, la “Torre de los Panoramas” ostentaba en sus paredes ilustraciones de Gustavo Doré tomadas de ejemplares de la “Divina Comedia”, un retrato de Mallarmé y otra fotograría de Julio Herrera y Obes, con los títulos de “El brujo” y “El cínico” respectivamente” (del libro “La Conservación de los Monumentos Históricos Nacionales”, pág. 102).
En la publicación “La historia de la literatura uruguaya”, (Capítulo Oriental Nº 11), “Los cenáculos y los cafés” se dice:
“Los grupos literarios, las capillas literarias, extendidos por las ruedas de amigos y visitantes, crearon cenáculos en Montevideo. Esos cenáculos suelen vincularse a la existencia de revistas literarias pero reconocen, sobre todo, la acción de presencia de una fuerte personalidad central, que ejerce atracción sobre otras. Su importancia tiene más que ver con el color de la época que con la literatura perdurable que hoy nos queda de ella. Pero por lo menos en un caso (el de la Torre de los Panoramas) el cenáculo es importante para explicar al creador y al hombre. (...).
A principios de 1902 la familia del poeta se muda a ltuzaingó 235 (hoy 1255) y Reconquista donde vive hasta la muerte del padre, en 1907. Allí, en un altillo con vistas al mar y a las azoteas y claraboyas circundantes de un Montevideo ediliciamente muy chato, se crea la Torre de los Panoramas.
La Torre sufre un receso de dos años mientras Julio está en Buenos Aires (1904 - 1905). No todo era allí poesía y lecturas. También había mate, tabaco, guitarra y naipes. (...)” (pág. 169).
Se transcribe también un apartado que consta en la página 173 titulado “La Torre de los Panorarnas”:
“Julio Herrera y Reissig es el Maestro, Pontífice, Dios, lmperator y Torrero. Hay un cortejo de 30 pajes, eufonistas, preciosistas, soñadores, también llamados franceses o atenienses. El cenáculo funciona de día, porque no hay instalación de luz en la Torre, suele haber alguna que otra tertulia lunática, en las noches claras. La torre se funda a principios de 1903. Asisten poetas y escritores locales, a quienes Julio lee sus propios poemas, alabando sin medida los que ellos le leen, y acuden también visitantes extranjeros. Las paredes sentencian “Perded toda esperanza los que entráis”, “Prohibida la entrada a los uruguayos”, “No hay manicomio para tanta locura”.
En el Capítulo Nº 13: “Herrera y Reissig - El modernismo”, el apartado titulado “El Ascenso a la Roca Tarpeya” (pág. 202) expresa:
“Reconoce Roberto Ibáñez la existencia de tres cenáculos: el primero en la calle San José 119, el segundo en Cámaras 96, y el tercero en ltuzaingó 119 (actualmente 1255); este último es el que constituirá desde 1902 a 1907 la Torre de los Panoramas. El nombre, que vuelve a esta “torre” émula de las torres de Babel, de Alejandría, de Pisa y de Eiffer, alude en realidad a un pequeño altillo que constituye el cuerpo de un mirador, a “la deteriorada buhardilla de un tercer piso” según el decir de Demarchi."
"Se llega a esta habitación por una angosta escalera cuya plataforma final da a la azotea de la casa; la “torre” tiene dos ventanas, una de ellas frente al río. El mobiliario, tan precario como la habitación misma, está constituido por una mesa y sillas desechadas del resto de la casa; eso sí, en las paredes Julio Herrera colocará grabados de Gustavo Doré y retratos de escritores admirados y, haciendo una concesión al exotismo, un bonete turco.
Este es, someramente, el aspecto material de la Torre de los Panoramas “lanzada por el dios que la habita, Julio Herrera y Reissig” según expresa Roberto De las Carreras en 1903.
Se llega a ella por la Senda de Latona, la escalera, se puede ascender a la Roca Tarpeya, el mirador; cabe pasear por la Avenida de los Suspiros y por la Ruzafa de los Espectros, las explanadas (...)”.
Tomado del informe del Arquitecto Alejandro Veneziano, elevado a la Comisión del Patrimonio Cultural de la Nación en marzo de 2001.