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CARLOS PÁEZ VILARÓ
(01/11/1923 - 24/02/2014) (*)
Nació en Montevideo. Pintor, reconocido muralista, grabador, cineasta, compositor, escritor y ceramista. Perteneció a una generación integrada por artistas como Juan Ventayol, Manuel Espínola Gómez, María Freire, Raúl Pavlotzky, Rómulo Aguerre, Alfredo Testoni, Washington Barcala, Hilda López, Américo Spósito, Jorge Damiani entre muchos otros, incluyendo a su propio hermano Jorge. Su padre era el Dr. Miguel Páez Formoso, eminente abogado, redactor de la Constitución de la República (1917), catedrático en la Universidad de la República, autor de varios libros de historia americana; americanismo que seguramente transmitió a sus hijos. Carlos, el menor de tres hermanos, siguió a Miguel y a Jorge, se educó en un ambiente culturalmente rico. Fue un autodidacta. Partió en su juventud a Buenos Aires donde se empleó en una fábrica de fósforos y velas, para posteriormente desempeñarse como aprendiz tipógrafo en una muy importante imprenta, lo que le permitió conocer a destacados dibujantes de la época. Comenzó entonces sus primeros cuadros sociales sobre el trabajo en las fábricas; luego se inspiró en el tango, bares, cabarés y la milonga.
A fines de la década del 40 regresó a Montevideo y se vio motivado por el candombe. Se vinculó estrechamente a la vida del conventillo “Mediomundo”, donde instaló su atelier. Del conventillo ubicado en la calle Cuareim 1080 -hoy Zelmar Michelini- salía la comparsa lubola Morenada, de la familia Silva. Se entregó plenamente a pintar cientos de obras de ese entorno, componiendo candombes para las comparsas, dirigiendo coros, decorando sus tambores o incentivando esa expresión folclórica. Más adelante iniciará un largo viaje, primero por Bahía inspirado en sus amigos Vinicius de Moraes y Jorge Amado, y luego a países como Senegal, Liberia, Congo, Camerún y Nigeria. En ellos realizó obras en adhesión a la lucha que los africanos comenzaban por su liberación, con múltiples exposiciones. La máscara, el fetiche, el escudo, el remo o el grafismo pasaron a formar parte de su mensaje. Fundó el "grupo 8" (1958-62), junto a Óscar García Reino, Miguel Ángel Pareja, Raúl Pavlovtzky, Lincoln Presno, Américo Spósito, Alfredo Testoni y Julio Verdié, para incentivar el arte experimental, exhibiendo sus obras en conjunto, más allá de fronteras. En la década del 50 conoció, entre otros, a Picasso, Dalí, De Chirico y Calder, además de convivir con el premio Nobel Albert Schweitzer en el leprosario de Lambaréné . Picasso lo deslumbró al invitarlo a pasar revista de su obra, en su residencia-taller de “Villa California” en los Alpes Marítimos. Ese mismo año, Jean Cassou, director del Museo de Arte Moderno de París, lo animó a presentar su obra en la Maison de l'Amérique Latine. Su repercusión hizo que pasara luego a ser exhibida en Inglaterra y en los Estados Unidos.
Recorrió numerosas islas de los Mares del Sur pintando, escribiendo y filmando. Como cineasta, su último largometraje, Pulsación (1964), de imágenes libres, con artistas franceses -el Equipo de Hierro-, lo musicalizó Piazzola. Integrando la Expedición Francesa “Dahlia” fue co-guionista en África del documental “Batouk”, que trata del colonialismo a la independencia, distinguido para clausurar el Festival de Cannes en l967. A su regreso a Uruguay en 1969, continuó la construcción de Casapueblo -proyecto iniciado en 1959 en Punta Ballena- modelada en sus comienzos con sus propias manos y la ayuda de pescadores, transformándose en un símbolo del lugar. En esa ‘escultura habitable' se conformaría un Museo-Taller. Hoy la ruta panorámica de Punta Ballena lleva su nombre. En ocasión de la llamada Tragedia de los Andes de 1972, para retribuir la solidaridad del pueblo chileno pintó un mural en el hospital de Santiago, en su campaña del color para el dolor. Más tarde se radicó en Nueva York, instalando su atelier en un pent-house de la Quinta Avenida. Inspirado por la vida y el color de los supermercados, preparó en Manhattan una serie de obras y collages en los que utilizó cajas y todo tipo de materiales encontrados en la vía pública. Su entusiasmo por el patín sobre ruedas hizo que dedicara la mayor parte de sus cuadros de Nueva York a ese tema. A partir del año 1970, vivió alternadamente en Estados Unidos, Brasil y Uruguay.
En San Pablo fundó el Taller de Artesanos, trabajó en tapicerías y diseñó el Club de Polo Helvetia. En esa ciudad efectuó series de pinturas que quedaron en colecciones particulares. Luego instaló su taller en Buenos Aires, donde vivió catorce años. Su atelier argentino -Bengala-, una antigua casa de madera en la región de Tigre se convirtió en una prolongación de su estudio en Uruguay. Sin ser arquitecto, en ese período construyó, además de su casa, una capilla multicultos en un cementerio privado en San Isidro. Integró la pintura tanto a objetos de la vida cotidiana como a aviones, patrulleros, colectivos y barcos. Tal es el caso del velero-escuela “Capitán Miranda”, que lleva el sol de Páez Vilaró en sus velas. “Pintor del medio del río”, como solía autodenominarse, lo confirmó al dividir su actividad entre sus dos talleres de Tigre y Uruguay. Llevó a cabo exposiciones retrospectivas en la Biblioteca Nacional de Beijing, en el Opera House de El Cairo y en el Palacio de la Creatividad en Alejandría, invitado por los respectivos gobiernos. Una de sus preocupaciones era poner la pintura al alcance de la gente. Por ejemplo, el mural que creó en Washington D.C. en 1960, en el túnel de la Organización de Estados Americanos. La obra de 162 metros de extensión fue considerada en su momento como la más larga del mundo. Ayudado por estudiantes de la Corcoran Art y de la Facultad de Arte de Maryland trabajó durante un mes en la realización del mural “Raíces de la Paz”. En él plasmó escenas referidas a la integración social, cultural y económica de los países de América, haciendo hincapié en el respeto a la libertad de expresión, de culto y de ideales. Hizo lo propio en la Biblioteca Nacional de Buenos Aires, los aeropuertos internacionales de Panamá y Haití, así como en hospitales de Chile y Argentina. Entre sus libros se encuentra Arte y parte (1999), en el que repasa su vida y obra. El crítico Nelson Di Maggio fue severo respecto a su creación artística, si bien le reconocía la experimentación permanente; a su entender, lo mejor de su producción es la serie de Plac Art, presentada en la octava bienal de San Pablo. José Pedro Argul, en cambio, elogió la misma.
En 2003, recibió la distinción Ciudadano Ilustre de Montevideo, y en 2005 el premio “Artista de las dos orillas” del Consejo de la legislatura de Buenos Aires. Durante cincuenta años llegaba con su tambor desde Casapueblo a Montevideo, el primer viernes de febrero, para desfilar en las Llamadas, en los últimos tiempos con la comparsa C1080. Carlos Páez Vilaró pintó hasta el último día de su vida. Falleció en Casapueblo. Su velatorio, primero en la Sede de Agadu y posteriormente en el Salón de los Pasos Perdidos del Palacio Legislativo, prosiguió con el cortejo que, a ritmo de tambores, se detuvo unos minutos en el Mediomundo.
EW
(*) FUENTES CONSULTADAS:
- Sitio web de Casapueblo: https://casapueblo.com.uy/biografia/. Recuperado el 21/04/23.
- Di Maggio, N. (2013) Artes visuales en Uruguay: diccionario crítico. Montevideo. Zonalibro.
- Argul, J.P. (1975) Proceso de las Artes Plásticas del Uruguay: Desde la época indígena al momento contemporáneo. Montevideo. Barreiro y Ramos S.A.