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El autor publicó “La vida enferma”, una novela “hecha únicamente de preguntas” por Estuario Editora.
Leonardo de León. Foto: Javier Noceti / Montevideo Portal
Montevideo Portal
26/10/23
Leonardo de León es profesor de literatura y miembro correspondiente de la Academia Nacional de Letras. Ha obtenido numerosas distinciones por su obra poética y narrativa, entre las que se destacan el Premio Narradores de la Banda Oriental, el Neruda para jóvenes poetas, el de la Casa de los Escritores, el Ariel y el Nacional de Literatura del Ministerio de Educación y Cultura.
En narrativa publicó el libro de cuentos No vi la luna (2010) y las novelas La vida intrusa (2019; 2021) y Me acuerdo (2021). En poesía es autor de Confirmación del aliento (2012), Otra piedra de sol (2015), El hacha del bufón (2017), El bardo bifronte (2019) y El santo horror (2022), entre otros títulos. La vida enferma fue una de las diez obras finalistas en el concurso internacional de novela La bestia equilátera.
¿Preferirías viajar al futuro o al pasado?
Al pasado, definitivamente. Soy crítico con la nostalgia, pero a la vez me asumo como un nostálgico incurable. Además, extraño a mi padre. Quisiera hablar de nuevo con él. Éramos buenos amigos. Por suerte uno siempre tiene la coartada de la literatura. Ahora mismo estoy escribiendo un libro sobre él, sobre qué pasa cuando estás por cumplir 40 años, tu padre desapareció del plano físico, y no tenés otra alternativa que levantar la cabeza y pensar todo de nuevo.
Si pudieras ser un personaje de tu libro, ¿cuál serías?
Me temo que cierto giro autoficcional de mis últimos libros me ha hecho el inevitable y vago protagonista de todos ellos. Me agrada en especial el Yo que hay detrás de mí en Me acuerdo, en el que ese ánimo nostálgico que comentaba antes queda ostensiblemente delatado.
Si pudieras cambiar el final de cualquier libro famoso, ¿cuál elegirías y cómo sería el nuevo final?
Me iría directo al final de Stoner de John Williams. Todo termina cuando Stoner, el protagonista, muere leyendo en su cama. El narrador dice que sus dedos se aflojaron, el libro que sostenían “se deslizó sobre su cuerpo y cayó en el silencio de la habitación”. No me gusta ese “cayó”. El pretérito perfecto simple da la sensación correcta de un acontecimiento cerrado, y está bien, pero yo conjugaría en modo imperfecto para que el libro terminara “cayendo” y nunca tocara el piso, en suspensión, como en una caída interminable.
Si pudieras vivir en el mundo de cualquier libro, ¿cuál elegirías y por qué?
En el mundo de La amante de Wittgenstein de David Markson, porque quisiera conversar al menos un rato con Kate y hacerle compañía.
Si pudieras invitar a tres personajes literarios a cenar, ¿quiénes serían y por qué?
Sería una cena junto Emilio Renzi, Joseph K. y el narrador de El Aleph, porque siento que todos podrían hablar muy bien sobre la intimidad de sus respectivos autores.
¿Cuál es tu técnica más extraña o inusual para superar el bloqueo de escritor?
Tomar una ducha o acomodar el ropero. Nunca falla.
¿Qué cinco cosas guardarías en una cápsula del tiempo?
Hace media hora que reformulo la respuesta. Me arrepiento de todo lo que se me ocurre.
Tu autobiografía en una frase
Lo hizo todo con pasión, incluso lo obligatorio.
Contanos qué estás leyendo ahora.
Un libro de entrevistas a escritores, los cuentos de No soy así de Kjell Askildsen (una oscura maravilla), Máquinas filosóficas de Dardo Scavino, y La Habana en un espejo de Alma Guillermo Prieto.
Si pudieras tener una conversación de una hora con cualquier escritor famoso, pero después nunca más podrías leer ninguna de sus obras, ¿a quién elegirías para tener esa conversación?
¡Qué crueldad! Con esa condición no elegiría a nadie. Prefiero perder a la persona y no perder su voz.
Si tus libros fueran adaptados al cine, ¿a quién te gustaría que interpretara al personaje principal?
Quisiera a Luis Brandoni interpretando al Autor, protagonista de La vida enferma.
El primer verso que te viene a la mente.
“La poesía vuelve como la aurora y el ocaso”, de Jorge Luis Borges.
¿Para qué literatura en el tiempo del desamparo?
Para matizar el desamparo con algo de milagro y deslumbramiento.
Lo último que comiste va a ser el menú para toda tu vida ¿qué es?
¡Qué tragedia! ¡Pan con requesón!
Contanos sobre esa vez que un lector te reconoció en la vía pública.
Fue en la farmacia del sanatorio. Estaba en la fila esperando turno, con el numerito en la mano, y una mujer del otro lado del mostrador me dijo: “¿Es usted el escritor?”. La sala estaba llena y todos voltearon hacia mí. Le contesté perplejo: “Señora, no la olvidaré en toda mi vida”.
Tu idea de felicidad y tu idea de miseria
La felicidad sería decirme un día: “Aquí estoy, soy feliz porque he logrado ser digno de sentirme así, al margen de las circunstancias. Al fin pude permitírmelo. Al fin pude conmigo”.
Y queda mal decirlo, pero lo cierto es que el final de La vida enferma cuenta perfectamente mi idea de miseria. Lo siento, pero tendrán que leer la novela.
¿Por qué La vida enferma?
La vida enferma quiere ser la segunda parte de un proyecto de trilogía que comenzó en 2017 con La vida intrusa y que terminará, si todo sale bien, con La vida incierta. Las partes pueden leerse por separado, claro, pero se encuentran argumentalmente entrelazadas por un hilo tan razonable como difuso. Todas comparten cierta obsesión por la obsesión, si se me tolera la redundancia. En La vida intrusa el objeto obsesivo es el propio autor, el yo de la enunciación. En La vida enferma el núcleo obsesivo no es otro que la literatura. La vida incierta (una novela hecha únicamente de preguntas, y aún escribiéndose) cuenta la obsesión de un padre por su hija al cabo de un día.
De todos los títulos, La vida enferma presenta una ambigüedad esencial: “enferma” funciona como adjetivo (la vida está enferma) y también como verbo (la vida nos enferma). Las circunstancias del libro harán que el lector vacile entre estas dos modalidades: ¿se trata de un mundo desquiciado que enloquece a su protagonista, o más bien de un protagonista enfermo de literatura que proyecta su delirio hacia el mundo?
¿Cuánto tiempo te llevó escribir este libro, desde la concepción de la idea hasta la publicación final?
Fueron cinco años y medio de trabajo. El libro está recorrido o asediado por datos y manías y anécdotas y enfermedades y pormenores de diverso calibre sobre la vida de escritores y escritoras de todas las épocas. Para lograr esa extensa colección tuve que resignarme a leer mucho para obtener poco. Además, no quería introducir datos copiados de internet. Tenían que ser datos dignos de un lector tradicional, y de un lector obsesivo. Pasé mis años leyendo solo memorias, diarios, biografías, autobiografías, libros de apuntes, cuadernos, semblanzas, ensayos autorreferenciales, libros de autoficción, entrevistas y todo lo que se te ocurra. A veces leía una biografía de 800 páginas y obtenía tres líneas útiles para la novela. Me decía: “Esto no se va a terminar nunca”. Hasta que un día le pregunté a Alicia Torres: ¿cuándo se termina una colección? Y ella me dio la solución: cuando el coleccionista ya no puede más.
Para colmo, esos datos dialogan con un argumento apenas esbozado que en primera instancia tuve que imaginar lo más nítidamente posible. Después lo destilé, lo reduje y, si se quiere, lo pulvericé con mucho cuidado, como quien mutila su juguete favorito.
Lo difícil vino después. Tenía que encontrar un modo en que estas dos líneas discursivas se interrumpieran y a la vez se enriquecieran, en transfusión recíproca, proponiendo redes o asociaciones en varios niveles simultáneos: una dialéctica creativa y disparatada que eludiera el maquinismo y sorprendiera al lector. La colocación de cada entrada tenía que meditarse también obsesivamente para no malograr esas capas y capas en asociación caleidoscópica. Y tenía que confiar. Confiar en el lector.
Empecé a trabajar en 2017 y terminé una mañana de marzo de 2022, escuchando un disco de Fito Páez y tomando un café. Y sí, lo confieso: me puse a llorar.
Contanos sobre una lectura que haya tenido un impacto significativo en tu vida. ¿Qué libro fue y por qué fue tan importante para vos?
Me pasó con los sonetos de Blas de Otero, con El arco y la lira de Octavio Paz, con el Autorretrato de Édouard Levé, con La soledad del lector de David Markson, con los libros de Thomas Bernhard, con Un hombre que duerme de Perec, con M de Eric Schierloh. Y me sigue pasando, cada vez más. El impacto más reciente vino con las páginas de La parte inventada, de Rodrigo Fresán. La causa es siempre la misma, y me da vergüenza confesarlo: ¿podría yo escribir algo así?
Imaginá que tenés la oportunidad de escribir una secuela para cualquier libro clásico. ¿Cuál libro elegirías continuar y qué dirección tomaría la historia en tu secuela?
No me atrevería, pero juguemos. Continuaría con el argumento interminable de El castillo de Franz Kafka. El señor K. llegaría finalmente a su meta, ingresaría por la puerta del castillo guiado por un tal Virgilio y recorrería sus dependencias durante cientos de páginas. Hay infiernos, hay purgatorios y parques paradisíacos. Entre otras aventuras, conoce a un tal Joseph K. que deambula por los pasillos, empujado por la burocracia de un proceso legal en bucle, aunque enamorado de una tal Emma Bovary, a su vez pretendida por una horda de locos libidinosos, entre los que hay uno (el doctor Gustav Flaubert) especialmente molesto e insistente. K. se queda a vivir dentro del castillo porque una vez adentro la salida es imposible. Todas las puertas interiores dan a un cuarto cuya puerta da otro cuarto cuya puerta da a otro cuarto, y así. El señor K. comparte habitación con un muchacho alto y de pelo largo, usa bandana en la cabeza y escribe sin descanso una novela compleja y ramificada intitulada La broma infinita. El muchacho insiste en que K. lea el manuscrito de su libro.
La broma infinita está protagonizada por un viejo ciego y de bastón. Un día el viejo descubre que otro viejo de bastón se ha mudado a la casa de enfrente. El nuevo vecino, aparte de ser físicamente idéntico a él, lleva su mismo nombre, nació el mismo día, y otras semejanzas sorprendentes. La diferencia es que el vecino es escritor y ciego, y él no (él es un modesto jubilado municipal). Los viejos entablan amistad. Un día el viejo ciego invita al otro a cenar. En medio de la velada lo hace descender al sótano y le enseña su más preciado secreto: el Aleph, una esfera tornasolada que contiene el infinito. El viejo ciego ya no puede gozar de sus dones, dice. Extraña su vértigo. Cuando el viejo vidente mira el Aleph, descubre que dentro de la esfera hay otro mundo, un mundo atroz donde los nazis ganaron la Segunda Guerra y todos consultan el I-ching antes de hacer cualquier cosa (incluso consultan el I-ching para saber si deben consultar el I-ching). La sociedad está controlada por un gran ojo de fuego, sin párpado, que arde y vigila a todas horas desde lo alto. Lo llaman EL GRAN SAURON. Sin embargo, un pequeño hombrecito con cara de rata llamado Bilbo Bolsón ha descubierto un punto de su casa que, al parecer, se escapa a los dominios de EL GRAN SAURON, por lo que decide escribir en secreto una novela insurgente. En la novela hay un hombre, el señor K., en busca de un castillo…
Si tuvieras que describir tu libro en una sola frase, ¿cómo la formularías?
¿La pasión nos salva o nos condena?
¿Qué consejo o frase inspiradora darías a otros escritores que están buscando su voz y estilo literario?
Consejo: evitar, en la medida de lo posible, recibir y dar consejos.
Frase inspiradora: “Una suma de errores hace un estilo”.
Sobre La vida enferma
Tapa de La vida enferma. Foto: Casa editorial HUM y Estuario
Este es el retrato del Autor, un viejo escritor olvidado y enfermo de literatura, quien se vuelve objeto de la obsesión del Aprendiz. Corre el año 2068. Mientras el Autor se aplica a una existencia sonámbula y duela en silencio la desaparición de su hija, un huérfano Aprendiz imitará su vida con la secreta intención de escribir su propia novela, aunque no dará más que con un esbozo leve y detenido que ensaya variaciones. La ciudad, pasmosamente anacrónica, se ve asolada por un viento real o metafórico que aúlla a todas horas y enloquece a sus habitantes. A medida que se enumeran enfermedades, vicios, manías, anécdotas, muertes y excentricidades de escritores/as de todas las épocas, la población se hunde poco a poco en un delirio colectivo y acabará reclamando la escritura de un libro: una última novela como último propósito de la humanidad.
Fuente: Beat./ Montevideo Portal