Dependencias
Español del Uruguay
Destacados
La poeta uruguaya Ida Vitale, Premio Cervantes 2019, conversa sobre el origen de su poesía, su interés por el mundo natural y la Generación del 45. Con casi 100 años, es una de las poetas vivas más importantes.
Foto: Getty Images.
Kirvin Larios
Revista Generación
Ida Vitale tenía una tía llamada Ida Vitale. Nunca la conoció, pero su nombre sonaba con frecuencia en las historias de su familia vinculado con jardines y con una biblioteca repleta de libros sobre bichos, plantas y animales que Ida —la poeta nacida en Montevideo en 1923— leyó como suyos.
Ida, la tía, fue secretaria del jardín botánico de la capital uruguaya. Parte de la leyenda familiar construida en torno a su figura tiene que ver con que murió joven y soltera, pero no como una planta que no floreció, sino como una que dejó esparcidas muchas semillas en el corazón lector de su sobrina tocaya.
Entre las semillas, ya crecidas, la poeta galardonada con el Premio Cervantes 2019 se acuerda del rusco, una planta que, al menos hasta cuando se hizo esta entrevista, no había vuelto a ver en la vida. “Era una hoja durita, ovalada, muy simple, pero tenía la peculiaridad de que en la mitad de la hoja había una florcita que salía de ella. Cada hoja tenía una florcita diminuta que era blanca y negra. Nunca la he vuelto a ver. Era de esas cosas que traía mi tía”, cuenta Vitale.
Es fácil dar con la imagen en Google: la de una hoja que tiene un ombligo que es una flor, una especie de ojo que una vez la poeta hurgó con el asombro con el que miraría todo lo demás. Asombro y detenimiento ante lo que parece mínimo: “El mundo natural interesa cada vez menos, hay que ayudarlo un poco, o ayudar a la gente”, dice. Sus poemas hacen eso: ayudan a ver. Su voz poética se despliega, generosa, como una flor o un párpado: “Miró, vio el mar / y tuvo a quien mostrarlo”, dice en un poema.
Esta entrevista se hizo en el Hotel Santa Clara de Cartagena de Indias. El Hay Festival 2020 se desarrolla normal, ajeno a que en unas semanas, en marzo, se declarará la pandemia y todos los eventos públicos deberán suspenderse. Vitale es una de las invitadas junto a betsellers como Margaret Atwood, pero ninguno posee su grandeza en edad, trayectoria y mirada.
La poeta viva más importante en español sobrevivió a la pandemia como a la Generación del 45, denominada así por el ensayista Emir Rodríguez Monegal en referencia a un grupo de autores y autoras uruguayas que empezaron a publicar por esa época en un país tan pequeño en habitantes como grande en poetas. Durante los setentas y ochentas vivió exiliada en México (“Están aquí y allá: de paso, / en ningún lado”, escribió en el poema Exilios) y después fue migrante en Estados Unidos hasta 2017.
La obra de Vitale produce la extrañeza de una hoja sobre la que nace una flor. Ha escrito poesía, crítica, ensayo y textos misceláneos. Ha escrito sobre plantas y animales y traducido decenas de obras. Entre sus libros recientes destacan la antología Poesía reunida (2018) y el poemario Tiempo sin claves (2021). “Cada cosa tiene su rareza, hasta esta palmera”, dice señalando unas hojas verdes en un jardín del primer piso del Santa Clara. Añade un comentario en voz baja sobre los anillos del tronco. “Estas son panzoncitas. Después todo se acomoda”. Vitale tiene casi cien anillos que cumplirá en noviembre de 2023.
Usted ha contado que en sexto año de escuela le dictaron un poema de Gabriela Mistral que no entendió, y eso la impulsó a seguir leyendo. ¿Qué significa hoy esa experiencia que la acercó a la poesía y la lectura?
“Era un poema muy simple. Lo complicado era su sintaxis, en medio de la sintaxis muy clara de Gabriela. Quizá me faltaba un año o dos de lectura, de madurar o leer más poesía. Pero supongo que significa que en cualquier momento, en cualquier época de la vida de alguien, de repente hay un poema que abre la puerta. No sé si por entenderlo o por no entenderlo, o simplemente porque si no lo entiende vuelve a ver por qué no, y cuándo sí lo entenderá. En mi país, ahora, hay menos diarios. El internet y la televisión eliminan la necesidad del diario, pero recuerdo que de chica había un diario de la tarde, varios de la mañana y algunos de la noche. Había uno que siempre sacaba algo literario, un poema o un cuento. Eso ha desaparecido del periodismo. Entonces, en determinado momento, la poesía como objeto de curiosidad al menos estaba a la mano. La vida se ha complicado y la poesía ha quedado un poco relegada”.
¿De qué manera el ‘no entender' y el deseo de descifrar un poema ha influido en su escritura?
“No es que eso sea exclusivo de la poesía. En realidad, leo mucha más prosa que poesía, así que me estoy saboteando el campo [risas]. Pero, claro, la poesía llega por un camino, la novela y el cuento por otro. Un poema es breve, rápido de leer, pero queda, queda lo que queda de música en la poesía. Eso reemplaza al argumento, la frase brillante, lo que está en la prosa. Pero no creo que haya un lector exclusivo de poesía, como sí es probable que los haya de prosa. La poesía está un poco más relegada, porque, no sé, parece que implica más trabajo leerla”.
Además de la suya, en Latinoamérica resuenan otras voces de poetas uruguayas como Delmira Agustini, Juana de Ibarbourou, Idea Vilariño, entre otras. ¿A qué cree que se debe el surgimiento de tantas autoras importantes en su país?
“Quizá a la cultura general del país. Uruguay ganó la batalla de la escuela obligatoria... Lo que no quiere decir que leer y escribir te lleven directamente a leer poesía. Pero quizá eso explica el hecho de que haya escritores importantes. Delmira, que es más formal que las otras, tiene otros modos de llamar al lector, por su muerte muy joven y toda la historia que la rodea. Junto a ella hubo una poeta que vivió mucho, quizá menos brillante que Delmira, pero que tiene también mucho peso para mí: María Eugenia Ferreira. Ha sido un poco tapada por su hermano, Carlos Ferreira, que es “el filósofo” uruguayo, no porque haya creado una escuela ni nada, sino que divulgó de buena manera la filosofía. Su hermana era, diría yo, un poco adelantada respecto a Delmira en cuanto que hacía una poesía más libre, más de pensamiento. Se la olvida un poco porque, claro, la figura de Delmira marcha con todo. Sara de Ibáñez, por ejemplo, que fue una poeta intermedia, escribió una poesía formal, muy rica, muy inteligente, y es un nombre que también se olvida. Está [Esther] de Cáseres, mujer católica, religiosa pero muy libre, sin nada de lo que sugiere la religión aplicada a la literatura. Eran muy buenas escritoras, las dos profesoras, muy importantes en su momento. Y hay muchas. He estado mucho tiempo fuera de mi país, conozco poco de lo que se hace, pero hay más”.
¿Qué recuerdo guarda de la Generación del 45? ¿Se siente cercana a los demás autores que la conformaron?
“Esto de las generaciones es una terminología para el lector, para el no lector, para el distraído. Engloba las cosas dentro de un marco, pero creo que en la cultura importan las diferencias, más que los parecidos. Un lugar en el que todos escribieran igual sería muy aburrido. La Generación del 45 o cualquiera tiene sus grandes nombres, Onetti es uno. Y también tiene la elasticidad de los límites: Onetti es mucho mayor, y hay gente que es menor. Es un marco artificial y útil”.
En un poema sobre las gotas de lluvia se refiere a ellas como “gatitos de un reino transparente”; en otro, describe el otoño como un “perro de cariñosa pata impertinente”. ¿Cómo surgen estas asociaciones en su poesía con la naturaleza?
“Quizá por historias familiares. Mi abuela siempre hablaba de una tía mía que tenía mi nombre y que murió muy joven. Se llamaba Ida, Ida Vitale. Tenía una biblioteca de libros sobre bichos, plantas, animales. Fue secretaria en el jardín botánico de Montevideo. Mi abuela adoraba a esa hija, y cuando hablaba de las plantas del jardín les daba el nombre técnico, el nombre correcto de la planta, como los nombraba mi tía. Entonces me quedé pegada a ese mundo, el de la naturaleza. Yo sentía que a través de eso recuperaba a esa tía tan famosa que no había conocido. Siempre que me interesaba en algo, había una historia de mi tía detrás. Y como era mi mismo nombre, me sentía rara, misteriosa. De alguna manera me sentía deudora del nombre”.
En un poema, refiriéndose a las palabras, escribe: “Su indescriptible exactitud / nos borra”. ¿Qué importancia tiene la exactitud en la escritura?
“Me parece esencial. Digo, la palabra en general tiene un sentido limitado, la resonancia puede crecer o puede partir de ese sentido limitado, de esa concentración que tiene que tener. Quizá uno busca que la palabra tenga una capacidad de desarrollo, una explosión propia, pero uno tiene que ceñirse de alguna manera a lo que la palabra significa, sino viviríamos en el caos. Si las palabras no fueran precisas, ¿te imaginas lo que sería el mundo? La palabra encierra el orden del mundo”.
Ha publicado más de veinte libros de poesía y otros tantos en prosa, ensayo, textos inclasificables y traducciones. ¿En qué proceso de escritura se encuentra hoy?
“Cero. En el punto cero [risas]. Me mudé, volví a Montevideo, mudé casa. Tengo una manía ordenadora que quizá sea simplemente una excusa de, primero, tener las cosas en orden y, después, un poco la obsesión de que la poesía es, no un deber, sino una tarea mía”.
¿Y en qué tarea se encuentra ahora?
“Todavía tengo que terminar una novela. Eso es lo más complicado porque está ahí y no sé si faltan quince páginas, cinco o veinte. Tengo que volver, deliberadamente, para verla un poco como algo que no es mío, y tratar de darme cuenta. A veces cuando uno está leyendo un libro la capacidad crítica queda por otro lado. Uno se da el gusto de la lectura. Ahí uno va a hacer eso. ¿Estaré obligada a darme cuenta de todo lo malo? Ojalá”.
Fuente: Revista Generación/Colombia