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Hugo Burel: "Siento que mi mundo no está completo si no escribo"
Foto: Darwin Borrelli
Hugo Burel reeditó "Un día en la vida. ¿Qué cantaron Los Beatles?" y dialogó con El País sobre el rol de la escritura en su vida.
Rodrigo Guerra
Diario El País
Apenas pasaron siete años entre “Love Me Do” y “Something”, la primera y la última canción que Hugo Burel analiza en Un día en la vida. ¿Qué cantaron Los Beatles?, pero ese lapso fue suficiente para engendrar una revolución cultural que —al igual que el big bang— no deja de expandirse. “Ellos fueron el inicio de algo muy poderoso que incluyó la exportación de música inglesa a Estados Unidos, la psicodelia y el hippismo”, comenta Burel a El País.
Para demostrarlo, se sumerge en un enriquecedor y detallado análisis de 14 de las canciones de los británicos. “Escribí este libro para explicar la evolución de lo simple a lo complejo, y de lo superficial a lo profundo que tuvieron Los Beatles en su desarrollo como compositores”, explica.
Y Un día en la vida ofrece unos cuantos ejemplos. El más claro es “Eleanor Rigby”, un magnífico estudio sobre la soledad que marcó a Burel al punto de inspirarlo a escribir el atrapante policial La misteriosa muerte de Eleanor Rigby (2019).
Sobre la reedición de Un día en la vida, Burel —que, además, adelanta que próximamente editará la tercera entrega de las aventuras del detective Guido Santini—, dialogó con El País.
—A diferencia del libro original, que salió en 2009, esta reedición incluye varios dibujos de Los Beatles que hiciste en tu adolescencia. ¿Qué queda de aquel Hugo Burel?
—Ese Hugo Burel está íntegro. Esos dibujos los conservé durante más de cinco décadas en una carpeta y sirvieron como un testimonio personal de mi relación con Los Beatles. En mi formación como publicitario yo empecé dibujando, pero siento que el impulso que me llevó a escribir ficción estaba vinculado a la audacia que representaban Los Beatles, que siendo tan jóvenes y pertenecientes al norte de Inglaterra, llegaron primero a Londres y después a todo el mundo. Ellos me dieron la idea de que podías hacer lo que se te ocurriese, siempre y cuando lucharas por ello y tuvieras algo de talento.
—¿En qué momento ese adolescente decidió que su faceta como novelista era más fuerte que la del publicitario?
—En realidad, en ese momento yo quería ser músico (se ríe). Recuerdo que me compré una guitarra y armé un grupo de rock muy incipiente que tuvo dos nombres: primero fuimos Los Grillos y luego armamos Ravens. Yo era la guitarra rítmica del grupo y un poco la voz líder, y llegamos a tocar en el Beat Show de Coca-Cola en el Parque Hotel. Hacíamos versiones de Los Beatles, Los Turtles y Los Rolling Stones, y reconozco que compuse letras en un inglés atroz porque no era lógico vivir en Montevideo y escribir en inglés, pero era lo que se acostumbraba (se ríe).
—¡No tenía ese dato! ¿Y qué pasó con la música?
—La dejé como un hobby hogareño para cuando llega el momento de cantar una que sepamos todos (risas). Pero mientras tenía la banda empecé en la publicidad y estudié abogacía. Pero enseguida me di cuenta de que no tenía pasta para eso y empecé a escribir. Yo leía a autores como Quiroga, Cortázar, Poe y Bradbury, pero cuando me prestaron el libro El hacedor, de Borges, eso fue lo que verdaderamente me deslumbró. La posibilidad de presentar poesía, ensayo y cuento en un mismo libro me pareció increíble y fue el empujoncito que necesitaba para escribir mis primeros intentos de cuentos. Empecé a meterme en concursos y, por ejemplo, gané uno que hacía El País de los Domingos; ahí publiqué junto a otros autores. Después me dediqué a trabajar en mi primer libro y esa evolución me alejó de la pintura y de la música.
—Ahora que ya publicaste 25 libros y tenés varios bestsellers, ¿qué evaluación hacés del camino recorrido, ese que no proyectabas durante tu adolescencia?
—Cuando descubrí que realmente necesitaba escribir, eso me llevó a la convicción de no parar, y no por la intención de publicar. Pero siempre digo que tuve la suerte de publicar todo lo que terminé. Más allá de eso, mi evaluación está pautada por una necesidad vital e íntima que solo puede ser satisfecha por la escritura; todo lo demás significa hablar de algo secundario. En ese sentido, estoy muy satisfecho por haber logrado escribir siempre que me lo propuse y no tener la necesidad de buscar en otra disciplina lo que la escritura me da.
—Si vamos a la esencia de la escritura, ¿qué te brinda para lograr que el resto de las actividades de tu vida sean, como mencionaste, “secundarias”?
—El mundo de la ficción es muy personal y solitario. Es una especie de aceptación y de conexión con algo que, de repente, otras personas no tienen. Es algo muy difícil de explicar, pero está cargado de una necesidad muy personal de escribir que lo torna absolutamente distinto de las demás cosas. A veces pienso una idea sumamente exagerada, que es la siguiente: “¿Cómo hacen los que no escriben?” (risas). Es absurdo, pero captura la idea que te comenté de que mi mundo no está completo si no escribo.
—¿Cómo se mantiene la pureza y el disfrute de la escritura cuando sabés que hay contratos que cumplir y lectores que esperan tu nuevo libro?
—Lo que pasa es que podés pensar en el lector cuando escribís porque no existe el lector arquetípico que tiene un insomnio absoluto que solo puede sobrellevar cuando lee tus libros; eso es un disparate. De repente puede sonar muy despreciativo, pero es como decía Onetti: “En las novelas están Tata Dios, yo y nada más”. El lector es una persona que realiza lo que hiciste de una manera distinta cada vez. Tenés la felicidad de que tu libro sea leído y que cada interpretación sea diferente porque cada persona está cargada de sus subjetividades. Es un gran halago que me lean, pero confieso que no estoy pensando en ese alguien mientras estoy escribiendo. Eso va a suceder después, con lo que me digan tras leer mi libro.
Fuente: Diario EL País/ Uruguay