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Granada, Daniel
El periódico y el periodista
Artículo en la primera página del primer número de El Club Universitario, Montevideo, domingo 11 de junio de 1871.
Ver el “Prospecto” donde se define el propósito del periódico en artículo de Carlos Ma. Ramírez en La bandera radical saludando su aparición.
También está en la fotocopia del artículo de Granada.
El periódico y el periodista
Ved aquí, lectores y lectoras, una de las cosas más preciadas de la vida: dar á conocer al público benigno las ideas y afectos del alma y el corazón, poner de manifiesto los caprichosos movimientos que allá en los adentros del que escribe se realizan; comunicarle los pensamientos luminosos que concibe, insinuarle las blandas inflexiones que le inspiran las apacibles escenas de amor, ó bien pintar las profundas conmociones engendradas por el espectáculo vario de la naturaleza, ó por el placentero y á veces sombrío de la sociedad. Pues eso, que se resume en la gráfica expresión de abrir el pecho, y la exacta pero animada, relación ó pintura de los objetos y combinaciones que se descubren en los mundos físico y moral, constituyen la tarea del literato periodista, en su más lata y perfecta extensión considerada. No empero, por más que tenga pujos de literato, pretendo cumplir hoy con semejante ministerio; porque bien sé que de otra suerte vendría á hacer lo que los traviesos niños, que escondidos callandito tras una puerta, cuando han visto venir un sugeto de confianza y de su cariño, salen de pronto dando ahuecado grito al entrar este apresuradamente a su morada. El público, ciertamente, como entidad moral y por su misma naturaleza y calidad, es de todos conocido: por lo tanto podrá inspirar cariño; pero nunca confianza tal que induzca a acometer una falta de respeto. Por lo mismo probaré hoy á desflorar apenas los vergeles liminares de la amena literatura, ó de un modo más prosaico cuanto más exacto, á tentar el terreno en que he de pisar. Verdad es que nunca podré hacer otra cosa de mayor importancia; pero á lo menos otra vez con determinado intento entraré de lleno en la materia de algún punto literario. Para ello permitidme que pregunte: ¿llegará la ocasión? ¿No estará ya reposando en los archivos del olvido el periódico universitario, cuando haya preparado los materiales para poner por obra mis proyectos? Yo no lo creo, bajo cierta condición: cosa que trataré de insinuar.
Si bien apenas ha disfrutado la República, desde su independencia [á] acá, en el curso sucesivo de sus discordias y turbulencias intestinas, de que uno que otro respiro, ha sido suficiente para hacer patente su ingénita vitalidad, el carácter poético y clara inteligencia de sus hijos, y lo capaces que serían de altos hechos y grandiosas obras, si el monstruo de la guerra no ahuyentara ó convirtiera en tierra los tímidos y delicados moradores de los pensiles literarios que solo viven y prosperan al amor de la paz, la luz y la libertad. Atento a esta consideración, ¿qué se deduce en recta lógica, de lo que hoy pasa a nuestros ojos? La actual agitación de un puñado de afanosos estudiantes, renacida entre cenizas de tea fraticida, ¿no podrá ser que sea no más que ráfaga ligera brotada del roce de la cureña con las piedras del camino de la muerte? No creo serán muchos los que tal cosa se imaginen. Antes que los yerros de los hombres están las leyes de la Omnipotencia; y el mismo desconcertado contraste que presenciamos, es la prueba más irregragable de que la centella de la inteligencia á todos los abismos se sobrepone, y previene con su brillo á los mortales ofuscados que adonde quiera que lleven las máquinas de exterminio, allí los sigue y acusa y amenaza un poder para ellos irresistible y superior a sus insultos é iniquidades.
Singular fenómeno y digno de intensa consideración ofrece a ese respecto la grandiosa, rica y fecunda literatura antigua española, nacida sobre las ruinas del azaroso imperio godo y entre los estragos de la desoladora cuanto portentosa y memorable reconquista de las tierras invadidas por el magnífico y terrible musulmán. Nada diré ahora porque no hace al caso, de las concausas que concurrieron en aquella época memorable de la historia hispana para producir el hecho á que me refiero: nada de las que actualmente ejercen influjo en la República ni de las notables diferencias circunstanciales que á una de otra nación separan: me concreto a recordar un hecho para cuya efectuación se opusieron barreras que parecería imposible franquear. ¿Por qué han de ser inseparables las que hoy se oponen en la República? ¿Sería, pues, del todo aventurado suponer que el actual movimiento literario es real, no aparente, duradero, no fugaz? Sus frutos serán sin duda por ahora escasos y no del todo sazonados; pero los frutos de naturaleza más o menos nativa, como deben serlo los americanos, son fecundos; que por otra parte se sustraen al número y medida: en el dominio de las letras no hay más aritmética que el piélago de las ideas ni más geometría que los espacios de la imaginación.
A merced pues, de la bonacible animación que hoy reina, aunque en círculo reducido, no retendrá la política, como hasta ahora, el exclusivo privilegio de llamar a sí la atención pública, y para responder a ello, el malamente llamado Club Universitario* aunque de cortas dimensiones porque debía ser proporcionado á los materiales con que se contaba para llenarlo, y también por ceder á la ley constante de las criaturas á cuya pequeñez deben acomodarse las mantillas con que los cuidados maternales los abrigan y preservan de los peligros anejos a su nativa debilidad; dará cabida en sus columnas á todo género de escritos sobre ciencias en general y literatura. ¡Y literatura! ¿Cómo no acoger con brazos amorosos tan preciada deidad? A ella por cierto no le tocará la menor parte, en gracia de las lectoras. Así, cuando ojos fascinadores, debilitados por las vivas lágrimas a que tímida inocencia diera motivos infundados, se dignen dispensar al universitario papel la gracia de fijarse en sus columnas, el papel universitario les corresponderá galanamente con una fina reflexión que los llenará de contento y tranquilidad; porque les hará patente con empeño, que no tiene razón para entristecerse un alma angelical, cuando aun las más altaneras alcanzan súplicas tan rendidas y cariñosas como las que el poeta sevillano hizo a su dama:
“Ojos claros, serenos,
Si de dulce mirar sois alabados
¿Porqué si me mirais, me mirais airados?
Si cuanto más piadosos,
Más bellos pareceis a quien os mira,
¿Porqué a mi solo me mirais con ira?
Ojos claros, serenos
Ya que así me mirais, miradme al menos”
¿Qué diría Gutierre de Cetina, que es el autor de estos preciosos versos, si en vez de los ojos airados de su dama, le hubiesen mirado con la dulce melancolía los de la tierna niña? ¿Quereis saberlo, niñas? Pues mirad siempre con ojos compasivos; y sobrarán amantes que os digan conceptos tan amorosos y delicados como los de Gutierre de Cetina.
Ya se echará de ver que del periódico universitario, merced á su libre universalidad, no podrán excluirse los artículos opuestos a las doctrinas de la Iglesia que se presenten a la Comisión Censora, cuya mayoría debe decidir de su admisión, lo que, como es justo y natural, sobresalta á la mayor parte, sino á la totalidad de los lectores. Pero semejante temor debe desvanecerse. Aunque no sea más que por no herir, bellas lectoras, vuestros sentimientos relijiosos, buen cuidado tendrán de recatarse los que intenten escribir de esos asuntos. Si ni por esas se reportan en el pecado llevarán la penitencia: los mirareis con ira…
Como, según dije al principio, en este escrito no haré más que vaguear por un terreno que se intenta cultivar, no se extrañará que pase ligeramente al tono serio, del bromístico. Así, sobre el punto que intencionalmente he tocado en el párrafo anterior, voy á hacer una breve reflexión final.
El objeto de toda publicación periódico literaria, fuera de la intención moral e instructiva que puede, sin serlo necesario, contener, es el proporcionar a los lectores algún tanto de solaz y esparcimiento en los ratos perdidos ó destinados al descanso recreativo. Ahora bien, El Club Universitario, á la vez que literario es científico. Cierto; mas las dos calidades deben hermanarse conciliando sus diversas tendencias, renunciando cada una por su parte algún tanto de sus derechos, haciendo, en suma, como en lo forense se dice, una transacción. No por eso los celosos defensores de secta ó de la razón deberán abstenerse de sostener sus doctrinas ó teorías; ni tampoco sería presumible que así lo hiciesen, cuando periódicos opuestos á sus principios y opiniones están en acto militante; pero creo, sí, que deberán andar con mucho tiento para guardar el justo equilibrio entre las fuerzas divergentes, y que nunca podrán llegar á convertir en diatriba sus impugnaciones, por impetuoso que sea el ataque de sus contrarios. De todos modos, el nombre del autor que cada artículo deberá llevar al pié, indicará que solo á él pertenece.
Basta de insinuaciones. Muchos otros puntos tendría que recorrer; pero del que ha tenido la cachaza de leer el presente escrito ¿podrá obtener después la mas mínima disculpa?
Daniel Granada
* - “Malamente digo, porque la voz club, de exclusiva significación política, repugna a la idea expresada por el calificativo de universitario, esencialmente literaria o científica como lo es la sociedad a que se le ha dado esa denominación, y que yo califico de verdadera profanación del santuario de las letras. Esto no obstante, dura lex sed scripta.
Daniel Granada
Charrúas y pampas
Puesto que esta “Revista” ve la luz en una bella cuanto altiva ciudad que en otro tiempo fue camamento del fiero charrúa y en cuyo suelo solemos tropezar con vestigios de su azarosa existencia, no parecerá inoportuno decir algo de él. Su suerte fue semejante a la del pampa y del araucano. La manera de vida y costumbres de uno y de otros, muy semejantes.
Los araucanos, pampas y los charrúas formaban en el continente americano la poderosa guardia de innumerable ejército. La vanguardia estaba en las Antillas. Araucanos, pampas y charrúas acampaban en las regiones australes del Nuevo Mundo, Los primeros, al occidente de los antes, en la costa del mar Pacífico. Los pampas y charrúas en las márgenes del opuesto río de la Plata, custodiando a la vez por el lado del este la espaciosa entrada de las regiones que baña.
Almanaque gallego para el año 1900-Buenos Aires, Año III, 1900: 273-275
Dirigido por: Manuel Castro López
DE CÓMO AGRADECE EL DIablo
Esto era un muchacho, casi un hombrecillo, no malo, pero muy travieso. Juzgándose ya hombre y habiéndosele metido en la cabeza que había de correr mundo, un día, en ausencia de su padre, dijo á su madre: —Me voy. —Sin oficio ni beneficio, ¿qué va á ser de tí?, advirtióle la madre. —¿No suele decir Vd., objetó el muchacho, que soy la piel del diablo? Pues el diablo es mi amigo. —¡Jesús! ¡Jesús!, repuso la madre. No digas eso, hijo mío. El diablo no es amigo de nadie. Aunque alguna vez parezca que hace bien, ese bien (tenlo por seguro) no es bien; pues siempre endereza sus acciones á un designio malo. Quédate. hijo mío, quédate; no hagas la locura de irte, sin saber nada y sin recursos. —Me voy, me voy y me voy, replicó el galopín del muchacho. Y, sin más ni más, se fué de la casa paterna. Si había de ser aporreado por ahí, como lo merecía por su mala cabeza, tuvo la suerte (para él, á la postre, nada envidiable) de encontrarse una bolsa llena de dinero. Mató el hambre que tenia, pues ya le empezaba á ladrar el estómago, se proveyó de algunas cosas que le hacían falta, y, más contento que un veinticuatro, continuó su voluntaria peregrinación con paso acelerado. Andando, andando, avista una iglesia. Dirígese á ella, entra, pasea en derredor la mirada y ve en un altar la imagen de San Miguel. Es sabido que al jefe de la milicia celestial se le representa con un casco refulgente, en la mano una lanza de oro y hollando bajo sus plantas al ángel malo. Toda la pintura estaba descaecida y resquebrajada; porque la imagen era muy vieja y nada buena. El peregrino, ya fuese por novelería ó por natural generoso impulso, se ofreció á hacer restaurar el cuadro por su cuenta. Aceptado el ofrecimiento, encomendóse la obra á un pintor de la vecindad, pintor de brocha gorda, pero muy devoto, humilde y timorato, cualidades que, por lo visto, suplirían la falta de habilidad. El bueno del pintor restauró el cuadro con muy lindos colores. Pero al diablo (cuya figura había sufrido más que ninguna otra cosa las injurias del tiempo) lo dejó peor que estaba, y tau borros, de intento, que apenas podía distinguirse: le causaba horror y espanto la sola idea de hermosearlo con los colores de su paleta. Pero no pensaba, ni sentía, de la misma manera del peregrino; antes, reprendiendo la conducta del pintor, ordenóle que hiciese resaltar la figura del diablo como convenía al conjunto y á la verdad de la acción que el cuadro representaba. Cumplió el pintor á maravilla el encargo, quedando el diablo tan lucido, que parecía que lo estaban tostando las llamas del infierno. El peregrino pagó bien al pintor su trabajo, y, despidiéndose de él y del cura, siguió por un despoblado. Unos guardias civiles que le recorrían, extrañando la catadura y descamino del viandante, lo registraron. Hallándolo tanto dinero, sospecharon que fuera ladrón, y lo llevaron preso. Gemía en estrecha, inmunda y lóbrega prisión, sin columbrar siquiera el término de sus padecimientos, cuando un día se le ocurre invocar á San Miguel, puesta en el del cuadro su mente. No desoye sus ruegos el agradecido Arcángel, quien, dirigiéndose á Satanás, le habla de esta manera: —¿Conque tú ahora estás muy lindo? —Sí, respondió Satanás. —Y, ¿á quien se lo debes?, añadió el Arcángel. —Ya lo sé yo, contestó Satanás: á aquel peregrino que hace algún tiempo nos visitó en esta iglesia. —Pues ese sujeto, dijo el Arcángel, que, sacándonos del estado miserable en que nos hallábamos, nos hizo poner tau bien, está ahora preso, y sin razón. Debieras ir á libertarlo. —Aunque estuviera preso con razón, respondió Satanás, iría. Allá voy. Dicho y hecho. Tomó el diablo la forma de un venerable anciano, montó á caballo, y á todo galope se fué al palacio del rey bajo cuya autoridad estaba preso el peregrino. Solicitó una audiencia. Recibióle el rey, ante quien abogó por la inocencia del acusado, pintándole como persona honrada y caritativa, y jurando, por las canas que peinaba y por los hijos, nietos, biznietos y tataranietos que diariamente le pedían la bendición, que todo cuanto en su defensa alegaba era la pura verdad. El rey, persuadido y conmovido con las blandas palabras del anciano, mandó soltar al acusado. Arrepentido éste de haber abandonado su casa paterna, determinó volver á ella, y vivir tranquilo al lado de los que le habían dado el ser y cuidarlos en su ancianidad. Iba camino de su pueblo, cuando le alcanza y se le incorpora el venerable anciano que tan eficazmente había intercedido por él. Felicitóse el peregrino de verse tan bien acompañado. Después de un largo rato de amenísima conversación, dícele el anciano: —Y ¿á que no sabes quién soy yo? El peregrino miraba al anciano de arriba abajo, sin reconocer en él persona alguna á quien hubiese conocido en su vida. —Pues yo soy, añadió el anciano, aquel diablo que tu mandaste restaurar tan lindamente en el cuadro de San Miguel. Ya lo ves: yo, á quien presentan como un monstruo de maldad, te saqué de una penosísima, cuanto injusta, prisión, á que te condenaban esos cristianos que dicen ser tan buenos. ¡Nada! Desengáñate. Hazte malo, y medrarás. Roba y mata, y engaña, y sé hipócrita, y felón y cobarde; y verás como te va mejor. Mira lo que hacen, no digo ya estos ó aquellos hombres sin conciencia, que después de cometer un delito viven prósperos: mira allá los mogoles del Nuevo Mundo, esas heterogéneas asociaciones de seres humanos sin principios, inmensamente ricas y poderosas: mira cómo insultan á los débiles y con máscara de compasión los atropellan, menoscabando seculares derechos con gloria y sacrificios heroicos largamente conquistados, y cómo incendian y roban y matan, y despojan y enlutan á la más honrada y noble y civilizadora de las naciones. Y ¿qué les pasa á esos malvados? ¿Los castigan? Al contrario: los respetan y consideran más y más, y aun hay quien les manifiesta su complacencia y simpatía, y los busca y los mima y alienta. Embobado el peregrino con el elocuente razonar, ó, mejor dicho, subyugado por la lógica incontrastable de un tan ladino anciano, aceptó sin titubear sus consejos, que en todas ocasiones siguió punto por punto con varia suerte, bien que, de resultas, acabó por morir ahorcado en medio de una plaza. El Arcángel San Miguel, oprimiendo fuertemente con el pie el cuello de Satanás, apostrofóle de esta suerte: —En mala hora te pedí, aborto de los infiernos, que fueses á defender á nuestro benefactor el peregrino. Le hiciste un bien aparente, para inducirlo á un mal real infinitamente mayor en daño propio y de los demás. Así paga el diablo a quien bien le sirve.
DANIEL. GRANADA. Salto -Uruguay- 30 de agosto de 1899