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José Enrique Rodó

José Enrique Rodó


José Enrique Rodó ***

(Montevideo, 15 / julio / 1871 - Palermo, Sicilia, Italia, 1º / mayo / 1917)


Ensayista. Crítico literario. Hijo de José Rodó y Janer, próspero comerciante de origen catalán, radicado en Montevideo desde su infancia y vinculado a figuras de prestigio intelectual en el Río de la Plata, y de Rosario Piñeiro y Llamas, integrante de una familia de larga tradición en el país. Su hermana Isabel le enseñó a leer a los 4 años de edad y recibió clases particulares del maestro José Pedro Vidal antes de su ingreso al instituto laico Elbio Fernández. Muy joven leyó las obras de Miguel Cané, Juan Bautista Alberdi y Juan María Gutiérrez (a quien dedicó años más tarde uno de sus primeros y más significativos ensayos) y recorrió las páginas de los periódicos Comercio del Plata y El Iniciador, cuyas colecciones completas se conservaban en la biblioteca paterna. A su infancia y adolescencia se remontan sus iniciales esbozos literarios en varios periódicos manuscritos redactados y compaginados en colaboración con algunos amigos. La situación económica de la familia comenzó a mostrarse inestable poco antes de la muerte de su padre en 1885; ese hecho terminó de agravarla y lo obligó a cambiar el colegio privado por el liceo público. Simultáneamente, una serie de crisis intimas contribuyeron a definir su carácter severo y reservado. Trabajó en un estudio jurídico y más tarde ingresó al Banco de Cobranzas. Aunque en 1894 rindió exámenes de historia y literatura obteniendo las máximas distinciones, ese mismo año decidió abandonar los estudios. Poco después publicó un poema y una nota crítica en el suplemento de Montevideo Noticioso. Su vocación literaria quedó confirmada con la fundación en marzo de 1895 de la Revista Nacional de literatura y ciencias sociales, de la que fue codirector junto a Víctor Pérez Petit y los hermanos Carlos y Daniel Martínez Vigil. En sus páginas puso de manifiesto sus condiciones de crítico literario y su definido interés por el tema americano (su cultura, sus tradiciones). Su convicción americanista quedó expresamente confirmada en una carta dirigida en esos años al argentino Manuel Ugarte: “Grabemos (…) como lema de nuestra divisa literaria, esta síntesis de nuestra propaganda y nuestra fe: Por la unidad intelectual y moral de Hispanoamérica”. A principios de 1898 incursionó en el periodismo político tras su ingreso a la redacción de El Orden, órgano de prensa que apoyaba la gestión del presidente Juan L. Cuestas. Militante del Partido Colorado, formó parte del Club General Rivera desde 1895 y varios años después fue elegido vicepresidente del Club Libertad (1901) y presidente del Club Vida Nueva (1907). Entre otras labores, a fines del siglo XIX trabajó en la oficina de Avalúos de Guerra y ejerció la docencia de literatura en la Universidad de la República. En 1897 apareció el primero de los tres opúsculos de La vida nueva, con sus artículos El que vendrá y La novela nueva; el último a propósito de los ideales de renovación literaria promovidos por Carlos Reyles en sus Academias y el primero a propósito de las interrogantes y el nervio motor de la duda que provocaba el ocaso del siglo. El propio autor, al referirse al “gran drama de la inquietud contemporánea” y al “impulso renovador de las ideas y de los espíritus”, proclamó los que fueron principios rectores de toda su obra: cierta flexibilidad del gusto y amplitud tolerante del criterio. El segundo título de la serie fue Rubén Darío. Su personalidad literaria. Su última obra (1899), considerado el estudio más completo y ajustado entre los que se escribieron sobre el poeta nicaragüense en la época y en el que Rodó articuló, además, su visión sobre el modernismo. Su declaración fue concluyente: “Yo soy un modernista; yo pertenezco con toda mi alma a la gran reacción que da carácter y sentido a la evolución del pensamiento en las postrimerías de este siglo; a la reacción que, partiendo del naturalismo literario y del positivismo filosófico, los conduce, sin desvirtuarlos en lo que tienen de fecundos, a disolverse en concepciones más altas”. La publicación de Ariel (1900), con su “amor vehemente por la vida de la inteligencia y, dentro de ella, por la vida del arte”, el consecuente combate contra “ciertas tendencias utilitarias e igualitarias” y la defensa, en su “pasión de latino”, de “la necesidad de que mantengamos en nuestros pueblos lo fundamental de su carácter, contra toda aspiración absorbente e invasora”, fue la pieza clave que le permitió proyectarse con alcance continental, lo hizo acreedor de reconocimientos desde España y lo convirtió en “maestro de la juventud de América”. Ocupó fugazmente la dirección de la Biblioteca Nacional (1900). Elegido diputado en varios períodos (1902 - 1905, 1908 - 1911 y 1911 - 1914), cumplió una destacada actuación parlamentaria; entre sus intervenciones e iniciativas, que fueron recopiladas por Jorge Silva Cencio en 1972, se destacó el informe redactado en la Comisión de Trabajo a propósito de un proyecto sobre horario obrero. Su relación con el presidente José Batlle y Ordóñez -a quien apoyó con su voto en 1903 para la primera Presidencia- tuvo diversas alternativas; su distanciamiento se profundizó en el segundo período presidencial (1911 - 1915), culminó cuando Batlle vetó su nombre para integrar la delegación oficial a los festejos del centenario de las Cortes de Cádiz (1912) y derivó en la militancia final del escritor en la fracción colorada antibatllista. En 1906 polemizó con Pedro Díaz sobre la eliminación de crucifijos en los hospitales públicos; recogió sus artículos en Liberalismo y jacobinismo. Presidente del Círculo de la Prensa (1909 - 1911), intervino en las manifestaciones de protesta por la ejecución de Francisco Ferrer en España. La edición de Motivos de Proteo (1909) confirmó su magisterio, le permitió hacer más precisa la sutileza de su doctrina, ahora concentrada en la personalidad individual, y puso en evidencia su talento narrativo en una serie de parábolas que, con el tiempo, adquirieron vida propia. Colaborador de La Nación de Buenos Aires y de Diario del Plata y El Telégrafo de Montevideo. Correspondiente extranjero de la Real Academia Española. En 1913 publicó El mirador de Próspero, obra de recopilación que puede considerarse síntesis intelectual en la medida en que reúne variada producción del crítico literario, el autor de semblanzas, el meditador filosófico, el militante americanista, el estudioso de la historia y la sociedad. En 1915 aparecieron en España sus estudios sobre Bolívar, Montalvo y Rubén Darío, la serie de Liberalismo y jacobinismo y Ariel en un solo volumen bajo el título Cinco ensayos. Como corresponsal en Europa de la revista argentina Caras y Caretas, pudo finalmente realizar el anhelado y tantas veces postergado viaje al antiguo continente. Embarcado en el Amazón, después de las escalas en Santos, Río de Janeiro, Bahía, Recife e Isla de San Vicente, llegó a Lisboa el 1 de agosto de 1916. de allí pasó a Madrid y Barcelona y, tras un breve pasaje por Marsella, se dirigió a Génova. Con su salud deteriorada, pasó los últimos días del año en Roma. Camino al sur, tras un descanso en Montacatini, siguió rumbo a Nápoles en febrero de 1917. Después de visitar Sorrento, Capri y Castellammare, se dirigió a Palermo. Hospedado en el Hotel des Palmes, se sintió enfermo y fue trasladado al hospital donde murió el 1º de mayo. La noticia de su fallecimiento llegó a Uruguay dos días después. La repatriación de sus restos, en 1920, dio lugar a su apoteosis en actos oficiales con presencia masiva. Sus crónicas de viaje fueron reunidas por primera vez en el póstumo El camino de Paros (1918).

Entre otros uruguayos se ocuparon de su obra: Víctor Pérez Petit, Gustavo Gallinal, Osvaldo Crispo Acosta (Lauxar), Hugo D. Barbagelata, José Pedro Segundo, Juan Antonio Zubillaga, Luis Gil Salguero, José Pereira Rodríguez, Eugenio Petit Muñoz, Arturo Ardao, Carlos Real de Azúa, Emir Rodíguez Monegal, Mario Benedetti, Washington Lockhart, Alberto Methol Ferré. En 1945, por decreto del Poder Ejecutivo comenzó a funcionar una Comisión de Investigaciones Literarias bajo la presidencia honoraria de Roberto Ibáñez. Los primeros trabajos de esta Comisión, luego transformada por disposición legal en Instituto Nacional de Investigaciones y Archivos Literarios (INIAL), se centraron en organizar los papeles de Rodó que habían sido donados en su mayoría por los hermanos del escritor y derivaron en una gran exposición en el foyer del Teatro Solís inaugurada dos años más tarde, el 17 de diciembre de 1947. Casi siete décadas después y tras una paciente investigación, Ignacio Bajter rescató y dio a conocer un fragmento del inconcluso trabajo de Ibáñez con el título Imagen documental de José Enrique Rodó (2014). Cuando el INIAL fue suprimido y sus pertenencias incorporadas a la Biblioteca Nacional a partir de 1965, el archivo Rodó siguió siendo un acervo principalísimo para los estudiosos de su literatura. Desde 2017, Elena Romiti encabeza un renovador proyecto de ordenamiento y digitalización del archivo, presentado en diciembre de 2019 y que continúa en marcha. Emir Rodríguez Monegal tuvo a su cargo la edición de las Obras completas publicadas por Aguilar en 1957 y 1967, la empresa más ambiciosa y de mayor rigor en la materia hasta la fecha; con anterioridad habían aparecido las de la editorial española Cervantes (1917-1927), Zubillaga y Segundo (Edición oficial, Montevideo, 1945-1958) y Alberto José Vaccaro (Buenos Aires, Ediciones Antonio Zamora, 1948). A instancias del director del semanario Marcha, Carlos Quijano, que había sido un ferviente rodoniano en su juventud, la serie de Cuadernos de Marcha dedicó los números 1 (1967) y 50 (1971) a Rodó con valiosos aportes para su valoración y estudio, incluido un homenaje que le tributó la Universidad de la República hace cincuenta años. Como publicaciones destacadas de algunos de sus títulos deben ser consignadas las de Clásicos Uruguayos (Biblioteca Artigas): Motivos de Proteo (vols. 21 y 22, 1957) y El Mirador de Próspero (vols. 79 y 80, 1965), en ambos casos con prólogos de Real de Azúa y la de Ariel y Motivos de Proteo en un solo volumen (Biblioteca Ayacucho, 1976) también prologados por Real Azúa y bajo el cuidado de Ángel Rama. La profesora española Belén Castro Morales (Universidad de la Laguna) se convirtió, hacia fines del siglo XX, en una de las más destacadas especialistas en la obra del uruguayo y dio a conocer una recomendable edición de Ariel (Madrid, Anaya & Mario Muchnik, 1995) más tarde ajustada y ampliada en sus notas (Madrid, Cátedra, 2000). Otras valiosas ediciones anotadas de Ariel son las que estuvieron al cuidado de Ana Inés Larre Borges y Elías Uriarte, con estudios de Martha Canfield y Rómulo Cosse (Montevideo, Ministerio de Educación y Cultura, Biblioteca Nacional, 2000) y de Pablo Rocca (edición, prólogo, cronología, y notas) (Sevilla, Biblioteca de Rescate, Renacimiento, 2019). En 2017, con motivo del centenario de la muerte de Rodó, la Sociedad rodoniana, asociación cultural creada en 2009 con fines de difusión de la vida y la obra del escritor, convocó a un Congreso Internacional en su homenaje, declarado de interés nacional por la Presidencia de la República. Ese mismo año, Gustavo San Román reunió en un volumen de Clásicos Uruguayos (vol. 205) bajo el título Escritos Europeos (2017) las crónicas de El camino de Paros y las versiones completas del Diario de viaje y el Diario de salud. Al cumplirse 150 años de su nacimiento en 2021, el gobierno uruguayo resolvió homenajearlo dedicándole el Día del Patrimonio (2 y 3 de octubre) bajo el lema "Las ideas cambian el mundo".

 

*** Esta reseña fue elaborada originalmente por el académico Wilfredo Penco con destino a La Enciclopedia de El País dirigida por Miguel Arregui (Montevideo, 2011, Tomo 15, pp. 1905-1906). Se publica ahora ampliada y actualizada, al celebrarse 150 años del nacimiento del escritor.

 

Ministerio de Educación y Cultura