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Una luminosa cinta de moebius. Un certero big bang
23/10/2018
La Diaria
William Johnston
El taller literario de Jorge Arbeleche y Sylvia Lago fue uno de los símbolos de la resistencia contra la dictadura. Desde la Iglesia de los Vascos existió un big bang de poesía/narrativa –Silvia Guerra, Marisa Schultze, Blanca Emmi, Álvaro Ojeda, entre otros– que nos demostró que la palabra era gota de luz en esa época de oscuridad. El taller continuó por años y esta persistencia obedece a que, tanto Lago con su narrativa como Arbeleche con su poesía, son dos grandes escritores que traspasan las fronteras cómodas de los géneros literarios y se definen como creativos en el amplio sentido de la palabra. Y la creatividad afina la calidad de nuestro pensamiento, lo vuelve múltiple y siempre activo y le otorga un sentido más que original a la vida entera, como si esta fuera una brillante cinta de Moebius en la que vida y poesía son una misma manera crítica de percibir la realidad cotidiana.
Antología proteica
Ejemplo de esto es El repetido escándalo del gallo, de Arbeleche, un libro que celebra los 50 años de una trayectoria tan fructífera como profunda. Y es justificado, entonces, que se edite en dos lugares al mismo tiempo: en Montevideo lo publicó Estuario, y en Madrid, Vitruvio. Esta antología de 104 páginas nos ofrece un breve pero acertado panorama de la poesía de este autor nacido en Montevideo en 1943. También es una manera de observar cómo su obra es un organismo proteico que cambia, libro a libro, como si fueran los dibujos de un caleidoscopio. Y, en definitiva, siempre son otros y el mismo, como un “repetido escándalo”.
El reino perdido
Para la mayoría de los escritores, la infancia es un reino perdido donde no existe un tiempo lineal e histórico, sino uno circular y mítico, y el poeta crea el inconsciente personal como una mitología en oposición al inconsciente colectivo que se construye mediante imágenes mentales que son desarrolladas de forma muy similar por diferentes culturas y sociedades. Es allí donde el poeta se siente diferente como el chamán con el resto de la tribu; donde la familia es un clan estructurado a base de tótems, rituales y tabúes.
Los tótems –imágenes protectoras y centrales del clan, que contienen un fuerte sentido de lo sagrado– pertenecen, a lo largo de la poesía de Arbeleche, a cuatro estratos. Un primer plano se relaciona con sus padres, que fundan el clan en un lugar como La casa de la piedra negra –título de un libro de 1983 que corresponde a su apellido toponímico en lengua vasca–, y sus dos hermanos. Un segundo plano sería la figura de Juana de Ibarbourou. Y aquí es justo hacer un breve paréntesis con respecto a este segundo nivel: Juana no es un tótem más. Sin el obstinato rigore de Arbeleche por demostrar las caras y las máscaras de esta poeta y el ahínco crítico por mostrar a la Juana de sus últimos libros, sin quedarse en Las lenguas de diamante (1919) como su libro más significativo, Juana de América sería, pues, una figura más dentro de la insondable arqueología poética de nuestro pasado literario.
Un tercer plano corresponde a personajes como María Félix, Maysa Matarazzo y Silvana Pampanini, divas de un tiempo pasado e íconos de su vida personal junto con la instauración de una tradición de poetas que el autor retoma como personajes de sus poemas: Homero, Jorge Luis Borges, Federico García Lorca, Marosa di Giorgio, Circe Maia. Un cuarto plano serán los amigos y los destinatarios de los poemas amorosos. Estos cuatro planos o puntos cardinales trazan los límites de una obra y muestran a un poeta de una vasta cultura que no se conforma con la literatura, sino que enseña que la realidad misma se plantea como tema proteico de la poesía.
Desde la repetición, los rituales construyen la alegría y la felicidad “en los jueves afelpados de lluvia, o la “nochebuena como la noche de la magia”. El tabú, por ejemplo, son más que nada las prohibiciones, por ejemplo, en el poema dedicado a María Félix, en el que la madre del poeta le prohíbe acercarse a ella: “yo la vi con ojos de mis hermanos grandes / mi madre demasiado sensata, no dejó / al escolar de baja estatura envolverse / en la turba que admiraba la diosa”.
Irrecuperable infancia, melancolía verdadera
Luego del paraíso sobrevendrá la conciencia de la muerte (“porque toda la muerte es una sola e igual / y siempre es un acto de barbarie / y siempre su sombra va / delante, detrás o dentro de nosotros”), y con ella, la fugacidad del tiempo y el concepto de la historia lineal como vida y destino. La infancia se astilla como un espejo de Blancanieves y el poeta cae en otra realidad, en la que el poeta se encuentra solo. Pero es una soledad metafísica que desborda e impulsa la escritura. Y todo se alumbra a través del sol negro de la melancolía. En un libro de 2014, tejido entre conversaciones y memorias, Arbeleche afirmaba: “si bien soy vital –creo– y optimista, casi por la disciplina partidaria, me reconozco como alguien cuya raíz más profunda es la melancolía”.
La melancolía es más que nada un río subterráneo que nutre toda su poesía y le confiere un sentido muy original. Es usual confundir la tristeza con la melancolía, y aquí la tristeza es pasajera; la melancolía, duradera y, acaso, más profunda. Por esta razón, la crítica ha insistido en que su poesía es, más que nada, una poesía de la fugacidad, del instante, de un carpe diem que deviene de la gran tradición poética española. Así es como se lo vincula con Antonio Machado, con las coplas de Jorge Manrique, con el “polvo enamorado” de Francisco de Quevedo Y hay un parentesco evidente, pero es más que eso. Porque a su conciencia de la pérdida se suma esa denodada terquedad por demostrar que aún “me empecino por ser feliz / aunque ya no tengamos los magos y la magia”. Y la felicidad es sólo ese instante cuando el poeta, en una epifanía del presente, recobra un objeto de aquel reino (la descripción del puchero en los jueves de lluvia), una anécdota (su fascinación y curiosidad por una diva como María Félix) o un sitio similar a aquel paraíso perdido de la infancia: “Parque del Plata / entre frutas mate y luz perfecta”.
De la felicidad se despierta el coraje de amar un amor único e igual. En este sentido, coraje implica una voluntad para aceptar ese amor distinto, de ser libre frente al mundo. Por esta razón, la poesía de Arbeleche es una celebración: pone el mundo tal cual es ante los ojos del lector. Una celebración de la verdad, de la belleza y la autenticidad. Un ágape de todas las preguntas cuyas respuestas nunca nos animamos a contestar.
Otro aspecto interesante que se reitera es su ductilidad y maestría para enhebrar ritmos y medidas del verso. Y esta destreza establece que cada poema de la antología sea una caja de música perfecta. El repetido escándalo del gallo demuestra que Arbeleche es uno de los poetas más creativos y, por ende, auténticos de la lengua española.
El repetido escándalo del gallo. Antología 1968-2018, de Jorge Arbeleche. Montevideo, Estuario, 2018. 115 páginas.